El Tour de Francia: un recuerdo de infancia y un tedio de adulta
Los veranos de la infancia son largos e interminables, llenos de siestas obligadas y tardes aburridas frente al televisor. Para una niña de 12 años, el Tour de Francia era un acontecimiento tan emocionante como una visita al dentista.
Mientras los demás disfrutaban de las aventuras al aire libre, ella se veía obligada a permanecer en casa, medio dormida en el sofá, escuchando la monótona voz del narrador describiendo las hazañas de Perico Delgado y Miguel Induráin.
Pero el Tour de Francia también era un vínculo con su familia. Su abuela, una apasionada del ciclismo, seguía cada etapa con devoción. Juntas, comentaban las caídas, los sprints y las impresionantes vistas de los puertos de montaña.
Años más tarde, la niña se convirtió en una joven adulta. El Tour de Francia ya no era una obligación, sino un recuerdo nostálgico. Sin embargo, cuando el verano llega y el calor aprieta, no puede evitar sentir un leve hastío al escuchar el sonido familiar del narrador del Tour.
Ahora, es ella quien recoge la cocina después de las comidas familiares. El Tour de Francia se ha convertido en una tradición que sigue más por inercia que por verdadero interés. Mientras su familia se deleita con las hazañas de los ciclistas, ella sueña con un verano en el que pueda hacer lo que realmente le apetezca.
Pero, en el fondo, sabe que el Tour de Francia seguirá siendo siempre una parte de su historia. Es un recuerdo de su infancia y un tedio de su adultez, un vínculo irrompible con su familia y un símbolo de los veranos que pasan demasiado rápido.