Fallece Daniel Kahneman, el psicólogo que encontró fallas en la teoría económica y en nuestras decisiones

El psicólogo Daniel Kahneman, galardonado con el premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre los sesgos cognitivos y la racionalidad limitada, ha fallecido a los 90 años de edad. El profesor de Princeton ayudó a demostrar que las personas utilizamos atajos mentales para tomar decisiones o emitir juicios, atajos que a menudo resultan útiles pero que a veces nos llevan a errores sistémicos y graves. Kahneman demostró que los humanos no éramos robots racionales, como asumían algunas teorías económicas clásicas, sino algo más limitado y falible.

El núcleo de su investigación: la economía del comportamiento

El núcleo de la investigación de Kahneman se produjo en los años setenta en colaboración con el también psicólogo Amos Tversky, cuando ambos coincidieron en la Universidad Hebrea de Jerusalén. El principio, en 1972, fueron una serie de intuiciones que Tversky dejó escritas en un papelito: “La gente predice inventándose historias. La gente predice muy poco y lo explica todo. La gente vive bajo incertidumbre, le guste o no […]. El hombre es un instrumento determinista lanzado a un universo probabilístico”. A partir de ahí, los dos amigos se lanzaron a publicar un puñado de artículos hoy célebres —entre los más citados de la disciplina—, que demostraron muchas de sus ideas y valieron el Nobel. Tversky falleció en 1996 y no lo recibió, pero Kahneman lo asumió como compartido en una entrevista con The New York Times: “Siento que es un premio conjunto. Estuvimos hermanados durante más de una década”.

Un intelectual cauteloso y brillante

Kahneman ha sido un intelectual raro en estos tiempos dominados por la rotundidad; él era cauteloso. Como cuenta Michael Lewis en su magnífico libro sobre la amistad de los dos psicólogos, Deshaciendo errores, Kahneman era un tipo brillante a ojos de cualquiera excepto él mismo. Era inseguro. Dudaba de todo. Esa actitud tiene sus ventajas: la colaboración con Tversky nació porque Kahneman detectó un problema en una teoría dominante escuchando al primero en una conferencia. No es casual que sus grandes contribuciones sean conocimiento negativo: encontró fallos en la racionalidad económica y en nuestras mentes. Pero su temperamento también tenía un precio: Kahneman dudaba de sí mismo. Por eso necesitó al valiente Tversky, como él mismo explicó: “Era gratificante sentirme como Amos, más listo que casi cualquiera. Había algo liberador en ser arrogante”. El impacto de Kahneman se multiplicó por su popularidad: llevó un montón de ideas complejas al público general con su libro superventas, Pensar rápido, Pensar despacio. Sus historias y experimentos son una maravilla de inteligencia. Como este enigma famoso: «Un pueblo tiene dos hospitales. En el grande nacen 45 bebés al día y en el pequeño 15. En general, el 50% de nacimientos son niñas, pero los porcentajes varían cada día. ¿Qué hospital registrará más días en los que el 60% de los bebés son niñas? ¿En el grande, en el pequeño, o en los dos igual?» La mayoría de gente responde que igual. Es lo que nos dice uno de esos atajos mentales que Kahneman descubrió. Pero la respuesta correcta es el hospital pequeño (sus nacimientos son una muestra menor y por tanto con más varianza). En 1971, Kahneman y Tversky demostraron que hasta estadísticos profesionales contestaban mal cuando pensaban deprisa. Llamaron al fenómeno la creencia en la ley de los pequeños números, título de su primer artículo, una bomba disfrazada de broma.

Píldoras de inteligencia comprimida

El trabajo de Kahneman deja un reguero de nociones similares. Como la regresión a la media (a un resultado extraordinario le suele seguir uno normal), la aversión a la pérdida (¿por qué duele más perder 100 euros que lo que disfrutamos ganándolos?), o la ilusión de foco (nada en la vida es tan importante como crees que es cuando estás pensando en ello). Son una especie de píldoras de inteligencia comprimida —en máximas, ejemplos e historias—, que han servido a millones de personas para, en esencia, pensar mejor.