El desplome de los mercados: el final de la euforia y el inicio de las incertidumbres
El desplome de los mercados financieros en agosto ha roto la burbuja de euforia que los ha caracterizado en el último año y medio. Si bien esta caída no parece tener el potencial de desencadenar una catástrofe financiera a gran escala, tampoco se resolverá fácilmente.
El exceso de confianza: un factor determinante
Lo que más llama la atención no es tanto la inestabilidad actual, sino el exceso de confianza que precedió a las turbulencias. Las subidas y bajadas de los tipos de interés, el precio del dinero, siempre son difíciles de digerir para los mercados, más aún en periodos de alta inflación como el actual, en el que los bancos centrales no pueden permitirse cometer errores.
Sin embargo, el mercado ha operado durante demasiado tiempo en una realidad paralela. El índice de volatilidad VIX, que mide el precio que los inversores de Wall Street pagan para protegerse de las caídas, ha cotizado durante meses a niveles históricamente bajos, comparables sólo a los de los años 2015 a 2018, el periodo 2003-2007 o los finales de los felices años 90.
Factores desencadenantes
Esta situación ha llevado a que inversores particulares y profesionales se lanzaran en brazos de activos de riesgo, a pesar de que la lista de peligros que se ciernen sobre el mercado actual es casi interminable: recesión, inflación, guerras comerciales, conflictos bélicos y rupturas políticas.
¿Es posible que Estados Unidos entre en recesión? Sí, la economía se está desacelerando, pero la recesión no es la opción más probable. ¿Es posible que la Reserva Federal haya errado al retrasar hasta septiembre las bajadas de tipos? También, y es una posibilidad más verosímil. Pero hace dos semanas, el índice S&P 500, referencia de la Bolsa estadounidense, marcó un máximo histórico, y esos riesgos ya estaban presentes.
El mercado se ha roto (en agosto) por dos de sus flancos más débiles, lo que explica la violencia de las caídas. La primera ruptura era previsible. La euforia en torno a la inteligencia artificial (IA) tenía que enfriarse en algún momento: a medida que crecen las expectativas, también lo hace el riesgo de que no se cumplan.
El segundo frente es más espinoso: las operaciones de endeudamiento en yenes (divisa que cotiza con tipos de interés cercanos al 0%) para invertir en Europa o Estados Unidos, donde los intereses son más jugosos. Estas apuestas se vuelven tóxicas si hay que devolver el dinero en una moneda que se aprecia, como ha ocurrido con el yen tras la subida de los tipos de interés en Japón el día 31.
El masivo volumen de esta operativa (se calcula que asciende a 20 billones de dólares, unas 15 veces el tamaño de la economía española) provocó el desplome de la Bolsa de Tokio, con los inversores vendiendo activos japoneses para limitar sus pérdidas.
El futuro de los mercados
El dato de empleo de Estados Unidos del viernes, detonante de las caídas, se sitúa en esa delgada línea que separa un aviso de una excusa. El terremoto ha sido un baño de realidad y posiblemente un punto de inflexión.
Es difícil que los inversores vuelvan a la complacencia previa, y estarán más atentos a las tensiones que se acumulan bajo la superficie y menos a no perderse la última iteración de la euforia tecnológica. Posiblemente (nunca se sabe con los mercados), las Bolsas estén algo más apegadas a un mundo cuya realidad no está marcada por la estabilidad, la previsibilidad y el optimismo.