La industria automotriz, un terreno de desacuerdos

La industria automotriz, especialmente su descarbonización, ha sido el centro de atención de las políticas económicas tanto de España como de Europa en general. El desarrollo del coche eléctrico es una de las principales prioridades de los fondos Next Generation, con una inversión prevista de 24.000 millones de euros (incluyendo aportaciones públicas y privadas). Por su parte, la Unión Europea apuesta por la construcción de fábricas de baterías en suelo europeo, siendo este el componente con mayor contenido tecnológico.

Dudas sobre el futuro del sector

Sin embargo, los resultados están por debajo de las expectativas, lo que genera dudas sobre el futuro del sector y provoca una cacofonía de propuestas de los responsables políticos. Preocupa el desplome de la producción, que en 2023 sigue estando un 16,6% por debajo de los niveles anteriores a la pandemia. La brecha es algo menor en España, con una caída acumulada del 13,6%. Las tendencias para el año en curso apuntan a un descenso prolongado.

Factores que frenan el avance

El declive se debe en parte al hundimiento de la demanda, que a su vez refleja una serie de frenos más o menos estructurales. En primer lugar, a nivel mundial, los consumidores tienden a consumir más servicios y menos bienes industriales. Este cambio en el patrón de la demanda es generalmente positivo para las economías con un mayor peso de los servicios, como España. Pero también perjudica a un sector estratégico como el del automóvil, sobre todo teniendo en cuenta otros frenos importantes para la transición verde: las incertidumbres regulatorias, los retrasos en la infraestructura de puntos de recarga y la percepción generalizada de que un vehículo eléctrico es un sustituto imperfecto del convencional.

El precio, otro escollo

El precio es otro obstáculo. Sin las subvenciones estatales, el coche eléctrico producido en Europa sigue siendo más caro que el de combustión, o que el que sale de las fábricas de China, que se ha convertido en la potencia mundial. En países como Alemania, las ayudas han logrado sostener transitoriamente las compras, hasta que se han puesto en entredicho en un contexto de fuerte ajuste presupuestario.

Retraso tecnológico de la industria europea

El elevado precio relativo refleja fundamentalmente el retraso tecnológico de la industria europea. Producir a gran escala y a un precio competitivo requiere una tecnología avanzada, especialmente para la industria de las baterías. Los fabricantes europeos han invertido con retraso respecto a los chinos, que han recibido un apoyo estatal inicial masivo. Estados Unidos intenta recuperar el terreno perdido con subvenciones centradas en el desarrollo tecnológico y condicionadas a criterios de contenido local.

Falta de una cadena de suministro segura

Por otro lado, Europa carece de una cadena de suministro segura, lo que agrava su dependencia de vicisitudes geopolíticas de todo tipo, que van desde restricciones a la exportación de minerales clave hasta disrupciones en la producción de semiconductores. El creciente déficit comercial con China pone de manifiesto el terreno perdido en el ámbito del vehículo eléctrico. Paralelamente, el superávit con Estados Unidos tiende a reducirse tras la puesta en marcha del plan de estímulos de Biden.

España comparte el declive europeo

España comparte el declive europeo en los mercados globales, aunque lo compensa parcialmente gracias al dinamismo de sus exportaciones hacia los socios comunitarios. Sin embargo, la imposición de nuevos aranceles a la importación de vehículos eléctricos puede contribuir a compensar las distorsiones de la competencia. Pero, por sí sola, esta medida no sirve para recuperar el desacople tecnológico, principal debilidad de la industria europea.

Apoyo a la infraestructura y el desarrollo tecnológico

Un apoyo centrado en la infraestructura y el desarrollo tecnológico, particularmente en lo que respecta a las baterías, parece la vía más prometedora. Las dificultades de Northvolt [la fábrica de baterías sueca que despedirá a 1.600 trabajadores] demuestran que el camino no será fácil, pero la apuesta merece la pena frente al riesgo de crisis de uno de los baluartes de la potencia industrial europea.