El renacimiento de los ultramarinos, colmados y coloniales

Los ultramarinos nacieron hace dos siglos para acercar los productos más exóticos. Luego se convirtieron en comercios esenciales para la vida de barrio. Los que aún sobreviven se han transformado en tiendas que descubren productos tan exclusivos que alguno hasta se fabrica en el propio local. Sus propietarios, herederos de negocios centenarios, cuentan su historia.

La historia de los ultramarinos

En los estantes de un ultramarino se podía viajar por el mundo. El azúcar venía de Cuba, tanto el blanco como el terciado (un moreno más amarillento) y también los cacahuetes (cacahués o maní, como lo llamaban en América). El café llegaba de Puerto Rico y el cacao, de las plantaciones de Colombia y Venezuela. El té era de China y la pimienta, de Ceilán (hoy Sri Lanka). Del norte de Europa, el bacalao, y de Francia, los licores.

Sobre el suelo del local y junto al mostrador no faltaban los sacos de legumbres, de patatas y de arroz, organizados en hileras; las grandes latas de galletas y las pesadas zafras de aceite de oliva, tras el mostrador; las ristras de jamones, chorizos, salchichones y pimientos colgaban del techo, igual que pellejos de vino. Eso sí, todos solían ser producto nacional, que el tendero despachaba y empacaba hábilmente con el papel de estraza sobre el que había hecho las cuentas.

Los ultramarinos en la actualidad

El futuro de los ultramarinos