La nostalgia de Macondo reúne a 300 personas en Madrid

La Embajada y el Consulado de Colombia en España proyectan los dos primeros capítulos de la adaptación de Netflix de ‘Cien Años de Soledad’, una de las grandes novelas latinoamericanas.

La cuestión estaba en que ese Macondo había existido ―hasta este año― dentro de la gran novela de América. Por ende, cada lector se había creado su propia imagen del pueblo, la que cada uno esperaba ver reflejada en esa pantalla gigante que la Embajada y el Consulado de Colombia en España dispusieron en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes, en el centro de Madrid.

El evento, el primero abierto al público general ―se hizo una proyección privada en la Casa de América el 22 de noviembre―, pero con inscripción previa, agotó las localidades en menos de dos horas. Solo en Madrid viven 154.278 colombianos, la segunda nacionalidad extranjera más grande de la capital, por lo que hacerse con un lugar en el teatro era todo un reto.

Cuatro colombianas fueron las primeras en llegar para asegurar su puesto. Eran Alexandra Aldana, Martha Gómez, Luisa Ramírez y Magdalena González. En la puerta, alguien les dijo en broma que para entrar había que tener, al menos, 100 años. Las cuatro ―entre los 60 y los 80 años― se juntaron para sumarlos. No se conocían antes de las 16.30, cuando llegaron a la fila que luego se extendería hasta la Calle de Alcalá. “Esto es lo lindo, que de pronto te encuentras con la gente de tu tierra”, aseguró Ramírez. Habían leído el libro, y no sabían qué esperar. Las expectativas no eras altas. A Aldana siempre la habían “desilusionado” las adaptaciones de otros libros que había leído.

Durante las dos horas que duraron los dos capítulos de la serie, el auditorio estuvo sometido a una concentración tremenda. Solo se les escuchó tres veces, cuando la risa ―que espantaba las palomas― desbordó el sonido de los parlantes. Uno de ellos, cuando Pilar Ternera le anunció a un aterrorizado José Arcadio que “ya era todo un hombre”, porque había quedado embarazada. La sala estaba llena de complicidad, de la que sienten los viejos amigos cuando se reúnen a compartir con otros nostálgicos la tierra que dejaron lejos. El sonido de las gaitas cortaba el silencio sepulcral en que se sostenía el teatro.

Las luces se encendieron en medio de un caluroso aplauso que tradujo la satisfacción colectiva. “Se parece mucho a Colombia”, decía una sonriente Aldana junto a sus nuevas amigas, que salían del teatro a buscar una copa para celebrar el haberse conocido gracias a Gabo.