La Mercè rinde homenaje a las noches de Zeleste
En un concierto irregular, el espíritu de la calle Platería se instaló en la Catedral.
Un recuerdo desigual
Los recuerdos tienden a magnificar el pasado, pero no todo fue mejor. En el antiguo Zeleste hubo noches para el olvido y conciertos mediocres. El homenaje a los 50 años de la mítica sala, hoy no menos mítica bajo el nombre de Razzmatazz, hizo justicia a un recuerdo más fidedigno.
El concierto en la plaza de la Catedral estuvo marcado por momentos que podrían pasar al recuerdo y otros que probablemente caerán en el olvido.
Un homenaje parcial
Como todos los homenajes a la sala de Platería, este se centró en la época en la que el local vio nacer un estilo musical, el Sonido Laiteano, una casa de discos y una escuela de música.
Pero Zeleste fue más que eso: en los 80, bajo el mando de Chema Fullana Campeón, facilitó que los mejores grupos de la Movida actuaran en la sala, que también dio cobijo a la "nueva ola" barcelonesa, a los rockeros, a los mods y a los punks.
Un concierto irregular
El concierto comenzó con Joan Colomo olvidando los primeros versos de "Qualsevol nit pot sortir el sol", mostrandose incómodo y fuera de lugar.
Los arreglos de las primeras canciones no ayudaron a su brillo, pues parecían poner más énfasis en el protagonismo del Ensemble del Liceu que las interpretaba, una veintena de músicos con abundantes metales y cuerdas, que en evocar un recuerdo ajustado a la memoria o felizmente reinterpretado.
Pero las cosas se enderezaron con el Font de Música Urbana, que contó con Carles Benavent, Joan Albert Amargós, Salvador Font y Matthew Simon.
El rumbo de la noche cambió con "Epigrama de Toti Soler", con Carme Canela luciendo su voz, Mario Mas su guitarra y las secciones de viento y cuerda mostrando su humilde eficiencia.
Pero las chispas saltaron con la Ludwig Band, una formación que, a pesar de su juventud, reconstruyó el ambiente sonoro y la personalidad de Pau Riba mediante briosas apropiaciones de "Rosa d'Abril" y "Quan la Mercé està contenta".
Los más jóvenes captaron mejor el ambiente desmadejado, abierto y desprejuiciado de una celebración que, visto lo visto, quizás no hacía imprescindible la pompa de violines y metales para evocar aquellos tiempos en los que nada estaba prohibido.
La noche eterna
Al acabar el concierto, las Ramblas estaban casi vacías. En los años de Zeleste nunca cerraban y la noche era eterna. Todo ha cambiado mucho.