Hay palabras que uno debe sentir para entender, palabras a las que uno les abre la ventana de la habitación y les permite que se cuelen en nuestra cama casi sin darnos cuenta. Hay palabras que no son fáciles de explicar, más allá de los ejemplosque cita la RAE, y mucho menos de entender,por más que uno acuda a los sinónimos que arroja WordReference.

No me pregunten qué carajos es la nostalgia, cuando mucho les puedo decir cómo se manifiesta. La siento atornillándose en mis piernas, bajo la ruana que hace las veces de cobija los domingos, y ascendiendo a mi esternón, esa partecita del pecho a la que asociamos los presentimientos, cuyo nombre sé solo porque a los 15 años estudié enfermería.

Aparece a las cinco de la tarde sin importar cuánto evite sentirla. Si hace calor, me desespera; si hace frío, me hace pensar en lo solo que a veces estoy. A la nostalgia no se le puede hacer trampa escribiéndole a alguien o abrazando a quien tengamos al lado, por el contrario, los actos de evidente cobardía más la acrecientan. A la nostalgiahay que dejarla ser.

Yo la dejo ser poniéndome los tenis sin medias para salir a comprar un cigarrillo. Lo de siempre, veci. Y un chiclecito, porfa. Dónde se fue la gente que las calles están tan solas. Pa’ la mierda, que todo mundo se vaya pa’ la mierda, menos tú, perrito, alque llamaré Trotsky mientras me fumo este Pielroja y al que abandonaré con las últimas cenizas.

Nostalgia.

Nostalgia debe ser no querer ver una serie en Netflix, ni escribir, ni hablar, ni pensar, ni recordar, ni usar las comas que aún no aprendo a usar porque uno escribe como quiere y porque si de algo estoy seguro es que la escritura es rebeldía.

Nostalgia debe ser querer dejar de ser durante un instante aunque la incertidumbre asuste o más sencillo todavía: desear que el lunes sea festivo.