Esta columna de opinión es más una reflexión que surgió por un comentario que alguien muy cercano me hizo: “Tu vida en redes sociales parece tan acomodada, como si todo fuera perfecto”. Esa frase me marcó porque mi vida está lejos de ser perfecta y de estar en completo orden.

Sé que esta discusión que pongo hoy sobre la mesa ha sido tocada muchas veces. Sí, las redes sociales son una pantalla para mostrar solo una pequeña parte de lo que es nuestra vida. Nosotros escogemos qué publicar, diseñamos nuestro perfil con fotos que nos representan o al menos, que representan aquello que anhelamos ser.

Así vemos a los demás, como quieren ser vistos y así mismo nos dejamos ver. Viajes, cenas en restaurantes de lujo, conciertos, salidas con amigos, relaciones perfectas y una abundancia que abruma. Porque cuando uno se sienta a repasar la situación actual del país, se ve muy diferente a lo que nos cuentan las redes sociales. Y qué chimba que haya cosas bonitas que mostrar, el problema es que caemos en las comparaciones y que no todo es real.

A mí la pandemia me pegó durísimo, caí en depresión, bajé de peso, adopté un gato (la mejor decisión), pero siento que de algún modo me hacía sentir bien el hecho de no ser la única que se quedaba el fin de semana encerrada en la casa. Luego, veía las historias de Instagram de los demás, con amigos, de paseo, aunque se supone que no se podía, haciendo ejercicio y comenzaba a compararlo con lo que me pasaba a mí, que me quedaba hasta las tres de la mañana viendo dramas coreanos para no caer en la realidad.

A lo que voy con esto, es a que es muy fácil compararse con la vida que los demás nos muestran: “Tengo 25 años y apenas me voy a graduar, ellos se graduaron hace tres años”, “ellos pueden comprar sin problema, a mí nunca me alcanza la plata”, “ella tiene un cuerpo lindo, yo por qué no me veo así”, “está viviendo en España, él sí pudo irse” y así puedo escribir una lista interminable de formas en las que uno se da palo solito.

A veces la vida se convierte en una lucha constante de conseguir un estilo de vida impuesto por la sociedad: comprar carro, viajar, tener casa, tener pareja, casarse, adoptar mascotas, el trabajo perfecto, tener hijos y no verse cansado, ganar mucha plata y… la vida no siempre es así. Podemos transformar lo que nos pasa con las herramientas que tenemos, sean pocas o muchas, pero la vida por más que nos esforcemos no puede sentirse siempre perfecta.

Por ejemplo, mientras escribo esto, estoy cuestionándome si esto realmente vale la pena, si estoy dejando algo interesante para leer o si estoy cayendo en la obviedad. Me doy palo porque no quiero sentir que estoy robándole el espacio a alguien que pueda hacerlo mejor. He llegado a creer que tengo el síndrome del impostor, un trastorno en el que la persona que lo padece es incapaz de sentirse suficiente, merecedor de sus logros, básicamente se siente como un impostor, porque lo que hace no vale la pena o no es para tanto: así me siento todos los días. Me cuesta demasiado reconocer un logro si no lloré en el camino, si no sufrí o si no estuve noches sin dormir.

En fin, mi vida está lejos de ser perfecta y como vivo en las contradicciones, aunque me queje todo el tiempo, también agradezco. Agradezco que hoy puedo vivir cosas con las que hace cuatro años soñaba. Pero no crean todo lo que ven, en la vida nada está acomodado, no hay una relación perfecta, a veces no hay plata sino deudas y malas decisiones. Es la vida, me lo repetiré cada vez que sienta envidia hasta que lo pueda comprender.