A raíz de los trágicos sucesos del partido del pasado miércoles entre Atlético Nacional y Junior de Barranquilla, en el estadio Atanasio Girardot de Medellín, donde, tras una celebración irresponsable y provocadora por parte del jugador Merino Hinestroza, en un ambiente caldeado y tenso, sin las mínimas garantías para los asistentes, diez mil hinchas del equipo “verdolaga” atacaron a trescientos visitantes a mansalva con armas blancas y con la venia de la policía, que, en lugar de proteger a la hinchada del “tiburón”, arremetió contra ellos. Ante este panorama, hemos decidido exponer el fracaso del tan mencionado “Barrismo Social”, la negligencia de algunos líderes de las barras, la corrupción del FPC y la mercantilización de los medios deportivos nacionales.

Sin olvidar mencionar a los jugadores y dirigentes cobardes del club, responsables de todos los males por los que atraviesa nuestra afición, tanto en el torneo local, como en las carreteras y estadios del país.

La violencia es inherente al ser humano moderno. Sin decir que sea lo correcto, es la realidad en la que vivimos.

En Colombia se mata por cualquier cosa, no solo por una camiseta, y hay varios culpables de ello. Algunos son: los políticos corruptos, que se burlan de quienes los eligen y son responsables de más muertes que las provocadas por el COVID-19; las religiones lucrativas, que atormentan a los fieles sin compasión ni piedad, cargándolos de culpa y miedo mientras llenan sus arcas en paraísos fiscales, exprimiendo hasta el último centavo de los pobres creyentes; la esclavitud laboral, que bajo la falsa promesa de estabilidad y futuro próspero exige la libertad individual a cambio y promueve el consumo desmedido; la prensa y sus “lacayos” que avivan el fuego del odio con sus polémicas, propias de gente sin escrúpulos ni sentido de responsabilidad. Sus comentarios amañados y malintencionados manipulan el pensamiento de quienes los escuchan y repiten como loros sus disparates. Llámese ESPN, Win Sports (el peor canal deportivo de la historia), RCN (que es la misma porquería con distinto nombre), Caracol o medios alternativos, y algunos aduladores barranquilleros como los Hillera, los Poveda, los Whedeking, hijos de papi y mami, que usan mal los micrófonos que alguna vez recibieron de regalo. Estos personajes hacen más daño que las propias barras bravas, pero pretenden dar lecciones de moral, juzgando y señalando, creyéndose dueños de la verdad absoluta.

No podemos ignorar a las “estrellas” que con lo único que juegan es con la ilusión de sus seguidores. Viven vidas aburguesadas sin mayor preocupación que asegurarse de que el dinero llegue a sus cuentas. Han olvidado sus raíces. A diferencia de Europa, la mayoría de los futbolistas en este país provienen de la miseria.

También están los árbitros comprados y la mafia de las apuestas, que exaltan lo opuesto al espíritu deportivo. Las reglas son ambiguas, y las interpretaciones varían según el beneficiado de turno: el del maletín.

Claro que no estamos diciendo que seamos mansas palomas. También hacemos nuestra mea culpa. Pero los aficionados somos la razón de ser del fútbol. Hacemos que se muevan las chequeras, ya sea viendo comerciales que nos venden productos nocivos, escuchando programas deportivos con panelistas mediocres, pagando una entrada o una costosa suscripción para escuchar a estos charlatanes hablando basura y tirándonos la mierda que ellos mismos cagan.

Sin consumidores, no hay producto. Sin producto, los analistas deportivos no tendrían trabajo. Les tocaría dedicarse a vender su cuerpo o a robar, porque no sabrían hacer otra cosa.

Sabemos que en este país del “sagrado corazón” no hay inocentes. Todos tenemos las manos manchadas de sangre, ya sea por acción u omisión. Aunque los principales responsables se escandalizan cuando ocurren estos hechos, que no los afectan en lo absoluto. Por el contrario, son buitres esperando la carroña para alimentarse y luego hacer como Pilatos. Viven de eso.

Las autoridades engañaron a los jóvenes con la mentira del “Barrismo Social”, el falso enrolamiento, la biometría, carnetización y otras tantas promesas, según dijeron, para preservar la sana convivencia en los estadios. Líderes de barras, políticos y comisiones locales se llenaron la barriga y obtuvieron beneficios personales a costa de algo que no les pertenece.

Iniciaron un camino de concertación, cese de la violencia y construcción de tejido social, pero pronto cayeron en la vanidad y comodidad, junto a los lagartos que los acompañan, olvidando la razón de ser de tantos encuentros entre hinchadas. Los integrantes, a los que dicen representar, pasan por todo tipo de dificultades para conseguir una entrada a un partido triple A, mientras los referentes que nos visitan reciben escolta, boletas gratis e incluso privilegios en “el hoyito” para que estos devuelvan honores cuando a los rechonchos anfitriones les toque viajar a la tierra de ellos. Pero esto solo para su excluyente grupo. Los “barras”, los de a pie, o los de las mulas, tienen que hacer magia para por lo menos ser tratados como personas. Y allí están las verdaderas víctimas de esta masacre deportiva. Al fin y al cabo, son quienes arriesgan su pellejo para que toda esta industria se mueva, y mantienen la identidad que muchos ostentan, pero no son capaces de defender. Son puestos en la picota pública cada vez que ocurre un acto violento, mientras los demás se lavan las manos descaradamente.

Se habla de códigos, pero tales códigos nada más funcionan en Barranquilla para los foráneos, porque el bienestar de los propios no vale un maravedí. A nadie le importa el bienestar de los desadaptados, como somos llamados por propios y extraños, insinuando que adaptarse a este sistema mezquino es un logro de admirar. Al final, la culpa es de ellos, dicen tranquilos en la seguridad de sus casas o escondidos detrás de un micrófono. ¡Qué ironía!

Sigan culpando a la vaca, hasta el día que el toro los embista implacable. Esta corraleja en cualquier momento se cae. Y no es algo que afecte solo a la gente de Junior; estamos seguros de que en las otras ciudades el panorama es similar.

¿Qué pasaría si un día los costeños dejamos de cantar “lluvia con nieve” y, en cambio, recibimos a los visitantes con témpanos de hielo? ¿Y si ya no pedimos domicilios, sino que vamos por ellos? Ese día habrá llanto y crujir de dientes.

Dirán que estamos invitando a la violencia. No es así. Estamos desnudándola.

Dejemos tanta hipocresía y tomemos conciencia para parar este caos e incertidumbre que desangra a Colombia. Si no, las sanciones seguirán siendo pañitos de agua tibia para la fiebre de descontento colectivo, que va en aumento.

JUNIOR Y BASTA