Muchos jóvenes van creciendo con la idea de salir del país tan pronto como sea posible, con la intención de emigrar y cambiar su estilo de vida, tanto para ellos mismos como para su familia.

Aprender nuevos idiomas, conocer otras culturas y formas de ver la vida, normalizar comportamientos y hábitos casi de película, pero sobre todo la idea de obtener mejores ingresos y llevar una vida medianamente “sabrosa”, son las razones fundamentales para emigrar.

Parten con algo de resentimiento y decepción de su tierra, junto con la emoción del nuevo mundo. Dejan atrás posesiones, familia, lugares, sueños, y van con la seguridad de cambiar sus costumbres, al menos las que sean necesarias para adaptarse a una nueva sociedad.

Piensan en cambiar su realidad.

Pero esto no solo obedece a un cambio en las reglas del juego o al lugar donde se desarrolle. La historia nos demuestra que también es necesario e inevitable obtener una visión periférica para tratar de descifrar “esa realidad” y moldearla a nuestra conveniencia, y esta visión solo se logra analizando.

Un cambio de lugar es suficiente a veces, pero también es necesaria una reflexión profunda, una disciplina seleccionada, un margen de error mínimo y una concepción diferente de las prioridades, si lo que se quiere en realidad es un crecimiento sustancial del ser.

Sin embargo, nos gusta idealizar las cosas: lugares, parejas, posición económica, al igual que la migración. Nos olvidamos de examinar el momento presente, dondequiera que estemos y con lo que tenemos a mano. Dejamos todo para cuando estemos del otro lado, posponiendo la oportunidad de un despertar real y duradero en nuestra vida. Aunque planeemos con las mejores intenciones y positivismo casi religioso nuestra travesía, no tenemos certeza de que la fantasía se convertirá en realidad.

A donde vayamos cargamos con nosotros mismos. No podemos olvidar eso. Ni tampoco que cuando llegue el momento de la introspección, no importa si estamos en Times Square, Ibiza o Chapinero; tendremos que enfrentarla solos, y nada ni nadie vendrá para ayudarnos.

Si lo hacemos antes de salir nos podría ahorrar no solo dinero sino malos ratos y también servir de ayuda en los momentos de indecisión en el viaje, cualquiera que sea el destino.