“Se acaba el tiempo…” Empiezo esta columna con una frase que me dijo mi novio cuando hablamos de la edad de Princesa, mi perrita, que es más bien mi hija, o “perrihija”, y me acompaña desde los 14 años. Ella ahora es una geronte, aunque para mí sigue siendo una bebé. Siendo realista, un perro siempre, SIEMPRE, será un bebé porque depende de nosotros.

Princesa cumplió 11 años hace un par de días, lo cual agradecí, porque tengo un miedo más grande que yo misma de perderla y de perderme. Pero también reflexioné sobre lo que conlleva tener un perro. Si me preguntas, es una de las mejores decisiones que se puede tomar en esta vida que a veces es demasiado hostil, aunque también es una carga, por más que me joda reconocerlo.

La esperanza de vida de los perros es de 10 a 15 años en promedio, años en los que hay que asumir la responsabilidad de brindar la mejor calidad de vida, y en eso siento que me he quedado corta. Princesa tiene síndrome de cauda equina, una enfermedad que causa un dolor intenso en la zona lumbar, dificultad para caminar, insuficiencia renal e incontinencia. Además, sufre de leve displasia de cadera y esclerosis. Todo un diagnóstico veterinario aquí.

Ella todavía puede caminar, aunque con dificultad. Todavía controla esfínteres. Tiene ganas de correr, de saltar, el problema es que ya no puede… Duerme la mayor parte del día, se pone ansiosa cuando quiere algo: salir, comer o subirse al sofá donde duerme. A Princesa hay que cocinarle balanceado, porque no come concentrado, y hay que darle medicación para el dolor en la mañana y en la noche.

A veces me da pereza cocinarle, a veces no quiero sacarla al parque, a veces me desespero cuando comienza a caminar en círculos mientras jadea y no entiendo si quiere salir o si siente dolor o si solo está ansiosa porque sí. Los fines de semana casi nunca estoy en casa, entonces no la cuido, no le digo que la amo, que es mi vida, que no quiero que sufra, que me perdone por ser una mala “mamá”.

Princesa tiene 11 años, mi corazón me dice que probablemente no llegue a los 12, que mis cálculos de niña me fallaron y no estará conmigo hasta los 31. Tengo miedo de perderla, de sentirme culpable por no darle más calidad de vida, por no enseñarle otro mundo con más flores, más prados, más amigos… Solo pido que el tiempo aún no se acabe, poder celebrar sus 15 primaveras y que se detengan sus males.