Recomendación del autor: escuche en Spotify su canción favorita mientras lee este intento de columna (o lo que bien podría ser una declaración de amor hacia mi artista favorita).

¿Cuántos de ustedes han acudido a una canción para encontrar su lugar en el mundo? ¿Quién no ha hallado en la música un rincón para ser frágil sin sentir vergüenza? ¿Acaso no se han puesto los audífonos para evitar escuchar lo que dice tanto sabelotodo allá afuera? Perdonen si divago, pero hay gente que sabe tanto que sabe a mierda, y hay canciones que calan tanto que uno parece tonto escuchándolas una y otra y otra vez.

Yo, más que una canción, tengo una artista a la que puedo escuchar durante todo el día sin aburrirme. Seguramente mis amigos saben quién es porque, cada vez que puedo, meto la cucharada para hablar sobre ella, y ahora, que han pasado dos días desde que la escuché en el Movistar Arena, no podía dejarlo de hacer. Su nombre es Norma Monserrate Laferte Bustamante y su música tiene no sé qué carajos que me hace sentir vaya yo a saber qué.

Con la música de la Mon he lavado la coquita del almuerzo, escrito sobre las elecciones en Colombia para un medio de comunicación y huido del estrés de TransMilenio. Incluso he follado, les cuento. Sin embargo, lo mejor fue haber cantado a grito herido junto a 14.000 desconocidos y dos parceros en un concierto. Todos olvidamos nuestras diferencias para sacar la voz de tarro, y a lo mejor más de un desahogo de bien adentro, para hacerla escuchar sin que el techo del coliseo fuera un límite. Fui muy, muy feliz.

Por supuesto, también disfruto las canciones del Ferxxo, esas que mis amigos repiten cada vez que nos encontramos, y los clásicos del Binomio de Oro, siempre con unos buenos tragos. Pero lo de Mon Laferte es algo distinto, lo de ella y lo de otros artistas que ya no nos acompañan, pero que me encantan, desde Cerati hasta Canserbero, por ejemplo.