El fenómeno de la inmigración es de tiempos ancestrales como es conocido, somos nómadas por naturaleza, aunque a fuerza de los sistemas de control, nos acostumbramos a establecernos en nuestros sitios de origen buscando la tan promocionada estabilidad.

Interactuando con gente de otras partes, aprendemos que nuestra cultura, de la que nos sentimos tan orgullosos, es solo una entre millones y que solo somos una serie de costumbres que pasan a un segundo plano en estos lugares a donde hemos decidido emigrar, al mismo tiempo apreciamos más al terruño y a la gente que dejamos atrás, incluso a aquellos que son de regiones diferentes en nuestro propio país.

La alegría es inmensa al probar un sabor conocido o al escuchar un acento típico, en el caso de los colombianos, oír a un paisa, santandereano, bogotano, tolimense, costeño o de donde sea, eso es música para el alma.

También podemos encontrar gente hostil que no quiere mezclarse con extranjeros, gente que discrimina, pero esto puede deberse a dos razones: o nunca han salido de sus ciudades o los han tratado mal en otros lares.

Por eso cuando hayamos lugareños que nos tienden la mano, nos brindan ayuda o siquiera una sonrisa amable, sabemos que la generosidad y la bondad no tienen nacionalidad, ni raza, ni credo.

Agosto de 2024

Santiago de Chile