Don Juan Hernández, de 84 años, es pepenador y el frío cala hasta los huesos. Vive en una humilde vivienda en la colonia 16 de Septiembre de Ciudad Madero, donde el plástico, el cartón y la madera apenas logran contener la onda gélida que cala hasta los huesos.

Viento helado y hambre

El señor sabe que los días de invierno no solo traen frío, sino también hambre. Como pepenador, el descenso en las temperaturas significa que no puede salir a las calles a buscar material para vender.

“Así me toca aguantar, no tengo quién me apoye, no tengo ni ropa, sólo esta chamarrita. Con esa me la paso, ¿qué más hago? No tengo hijos, mi esposa tampoco, estamos solos y también ella está grande y enferma, ya no se puede parar porque algo le pasó en su mente”, dice don Juan.

Sin trabajo no hay ingresos y sin ingresos, la angustia crece. En su hogar de la calle Aztecas 311, comparte sus días con su esposa de 72 años y su fiel compañero, un perro llamado “Chocolate”.

“Yo antes era albañil, trabajé en eso más de 40 años pero ahora de viejito ya no tengo la misma fuerza, y ahora salgo a buscar botellas, láminas y otros materiales. A veces me pagan dos pesos el kilo y hasta cinco pesos también”.

“Chocolate” nunca se queda sin sus croquetas y don Juan se asegura de mantener al día los servicios básicos de su modesta casita. La pensión Bienestar que recibe es un alivio, pero insuficiente para cubrir todas las necesidades.

Noche fría

El sol está por ocultarse y don Juan organiza sus cacharros preparándose para enfrentar otra noche fría.