Los guardianes de la química doméstica y los olores de antes: Droguerías con más de un siglo de historia en España

En las droguerías se venden productos de lo más variado, desde algo tan común como el bicarbonato o la lejía, hasta la excepcionalidad de la pólvora o el mortal arsénico. Antes, este veneno estaba presente en una multitud de productos. Hasta la década de 1960, el arsénico se usaba para fabricar matarratas y hormigas. Ahora su uso está extremadamente limitado, se emplea en joyería y en algunos productos agrícolas, destaca Josep Boter, propietario de una droguería fundada en 1924.

Lo mismo ocurre con el peróxido de hidrógeno, utilizado en tintes, o el ácido clorhídrico, productos químicos considerados precursores de explosivos. Para comprarlos hoy, los clientes deben identificarse y la droguería debe solicitar autorización al Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO).

Otros productos han desaparecido de los catálogos de las droguerías, prohibidos por ley debido a sus efectos sobre la salud, lo que convertía la profesión de droguero en una de riesgo. Ramón Segarra, propietario de la Droguería Rovira de Barcelona, menciona el DDT (dicloro difenil tricloroetano) utilizado en la agricultura para controlar plagas y de manera doméstica en aerosoles antimosquitos. En las trastiendas, el DDT concentrado solía diluirse con un disolvente sin olor.

Las bolitas de alcanfor para prevenir insectos también han dejado de estar presentes en las estanterías de estos negocios y poco a poco en los armarios de los españoles. Es sorprendente que hasta la década de 1990 este artículo se vendiera envuelto en papel celofán como si fuera un caramelo. Este artículo elaborado con naftalina, un derivado del petróleo, no se degrada y es irritante para las vías respiratorias y los ojos.

Para Paz Encinas, propietaria de una droguería con casi 100 años de antigüedad, es difícil asimilar que un producto que siempre se ha usado de repente sea perjudicial, pero reconoce que siempre es una buena noticia “porque la salud es lo primero”.

Demanda y oferta en las droguerías: adaptándose a los tiempos

Las demandas de los clientes de las droguerías se han transformado a medida que lo ha hecho la sociedad. Todavía hay quien pide esperma de ballena que, a pesar de su sugerente nombre, no es otra cosa que la grasa de la cabeza del cachalote y que se utiliza como lubricante o para elaborar velas. Pero son otros productos poco convencionales como el ácido hialurónico, el colágeno o la elastina los que han ganado protagonismo, explica Ramón Segarra, “para aquellas personas que cada vez más se animan a hacer su propia cosmética en casa”.

Pocos, sin embargo, esperan que hoy el maestro droguero les prepare una fórmula magistral con la que puedan barnizar un mueble o un instrumento, como lo sigue haciendo Inés Triviño en su droguería del centro de Málaga, a la manera en que le enseñó su padre y que guarda con cariño en el Recetario industrial, de Hiscox y Hopkins, de 1961, un catálogo de fórmulas tal y como se hacían a mediados del siglo XX.

Los drogueros han sido testigos de uno de los cambios más significativos en la forma de pago con la llegada de la tarjeta. Hoy es el método de pago habitual en la Droguería Rovira, destaca Ramón Segarra, por encima del efectivo, que cada vez se usa menos.

Los productos de cuidado personal han ido ganando espacio en los almacenes de las droguerías. Mercedes Rodríguez, propietaria de El Botijo, situada detrás de la Plaza Mayor de Madrid, cuenta que el desarrollo económico de la década de 1960 aumentó el poder adquisitivo de las familias y, en consecuencia, el de las amas de casa, que eran entonces las encargadas de las compras, lo que permitió aumentar la oferta y variedad de productos. También se impusieron con fuerza nuevos hábitos de cuidado personal y de belleza, lo que hizo que las droguerías proliferaran por las ciudades.

Rodríguez recuerda que cuando ella se hizo cargo del negocio, a principios de la década de 1980, el desodorante, al que hoy se recurre todo el año, era un producto de temporada. “Las ventas de verano se caracterizaban por los bronceadores, los antipolillas y el desodorante”. También evoca la popularización de los tampones, que al principio no llevaban aplicador. Se trataba de un producto esencial, pero entonces tabú, que se pedía con discreción.

El encanto de lo tradicional: droguerías que preservan el pasado

Hoy, estas droguerías-perfumerías centenarias se han convertido en las guardianas de esos olores del pasado. El Botijo y La Cibeles comercializan marcas exclusivas que hasta hace poco no se podían encontrar en otros lugares, porque se veían como algo anticuado, como los perfumes Álvaro Gómez, que llegó a ser una de las principales marcas del país. Ahora esa resistencia ha desaparecido y se pueden encontrar hasta en algunos supermercados y grandes superficies.

La especialización y la cercanía son las principales bazas de estos negocios frente a la competencia, que son capaces de llevar a la quintaesencia, como Rovira: “Ofrecemos 2.800 cepillos diferentes: para limpiar teclados, mejillones o el tallo de un porrón”. Pero, sobre todo, se han encargado de conocer a sus clientes y cultivar el mejor de los tratos para que regresen. “Somos expertos consejeros... La gente viene buscando una solución y nunca le decimos que no: o lo tenemos o se lo buscamos”, sentencia Rovira. Solo así, asegura, se ven otros cien años más.