Sebastião Salgado expone la Amazonía "prístina, la que no ha muerto y que hay que proteger" en las Drassanes de Barcelona
La exposición, compuesta por más de 200 extraordinarias fotografías de paisajes e indígenas, es el fruto de 7 años de trabajo y cuenta con una ambientación musical de Jean-Michel Jarre.
Salgado, uno de los mayores defensores de la Amazonía a nivel mundial, presenta su exposición, comisariada por su esposa y socia Lélia Wanick Salgado, en la que el visitante se adentra en un universo de belleza paisajística sobrecogedora y en la vida de las comunidades indígenas (zo'es, suruwahas, macuxsi, korubos, asháninkas, kamaiuras, kuikurus del Xingu, awá-guajás y yanomamis), retratadas en armonía con su entorno y en su esplendor físico y cultural, lo que evoca un verdadero paraíso terrenal.
Pero también es un paraíso con su serpiente (no la anaconda, sino la diabólica de la tradición judeo-cristiana), una víbora que, según Salgado, somos nosotros, los que explotamos la Amazonía sin miramientos, persistiendo en nuestro consumismo.
La exposición, que ya ha sido visitada por 1,5 millones de personas en varias ciudades, incluye 200 fotografías de Salgado, muchas de gran formato y todas en blanco y negro (¡un milagro que nos permita ver los colores de la selva esmeralda, las pinturas indígenas o las plumas de los guacamayos!). También incluye audiovisuales con imágenes del fotógrafo y vídeos (la única nota de color) con entrevistas a líderes y miembros de comunidades indígenas tradicionales, que denuncian las amenazas a su modo de vida: "los monos comen veneno, el río lleva veneno, los peces mueren", explica en pantalla el cacique kuikuro Afukaká; la chamana kamaiurá Mapulu lamenta la falta de lluvias y la deforestación, y señala que la gente sueña con ataques de jaguares, un mal presagio.
A pesar de estos testimonios, la impresión que produce la visita a la Amazonía esplendorosa retratada por Salgado es la de un baño revitalizador, una inmersión en una naturaleza desbordante que renueva nuestros pulmones y entusiasmo. "Esta es la Amazonía prístina, la de verdad, no la muerta", afirma Salgado. "La Amazonía del paraíso en la Tierra, la de la belleza de la inmensa selva", continúa emocionado. "Tenemos otra exposición sobre la Amazonía herida, pero aquí no, aquí presentamos la Amazonía que debemos ayudar a proteger, a salvar, la Amazonía de la esperanza".
El fotógrafo recuerda que la otra Amazonía, la del desastre, "la hemos destruido nosotros", y pide que no se compren productos procedentes de la región y que se haga una transición urgente hacia el consumo responsable. Señala que Barcelona, "como importante plaza financiera", debe colaborar para que los inversores no inviertan en "proyectos depredadores de la Amazonía".
Mientras, sobre su hombro, podemos ver los maravillosos paisajes y gentes que ha retratado, Salgado explica la increíble aventura que hay detrás de sus fotografías de la naturaleza y la cultura de las tribus. "Siete años de trabajo, de 2017 a 2019, pero en realidad desde antes; 58 viajes por la Amazonía, verdaderas expediciones con hasta 15 personas, a lugares a los que accedíamos con mucha dificultad. Las distancias son enormes, recordemos que la Amazonía tiene el tamaño de Europa.
Debes viajar en barco días y días con capitanes de selva, mestizos que conocen el territorio como la palma de su mano. Eso solo para llegar a las orillas de las comunidades, y luego debes pasar cuarentenas, pues los indígenas no tienen anticuerpos contra nuestras enfermedades y podrías diezmarlos. Es obligatorio obtener permisos, que son muy complicados de conseguir. Y siempre actuar con mucha sensibilidad. Hay mujeres muy hermosas y las fotografías son como son, desnudas, y debes vigilar que no se produzca ninguna violencia sexual".
El desnudo, tanto en mujeres como en hombres, niños y niñas, es habitual en la mayoría de las etnias que aparecen en las fotografías. Salgado consigue imágenes fascinantes de grupos e individuos, como la de los dos fornidos hombres kuikuro en el agua con una red, preparando la ceremonia fúnebre del Kuarup; la de una treintena de madres suruwahas con sus niños, varias de ellas con el rostro pintado con marcas de jaguar; la de la joven zo'e observando cómo se cuecen dos monos araña en una hoguera; la chica marubo sosteniendo un periquito; o el cazador zo'e saltando entre los árboles en busca de un mono herido, que aparece como una silueta desnuda columpiándose en un tronco mientras la luz irrumpe tras las hojas.
Las fotografías de seres humanos, tan íntimas y cercanas, contrastan con las majestuosas vistas aéreas de la Amazonía, que permiten comprender la enormidad del territorio y la grandiosidad de los fenómenos naturales que se despliegan en él. Vistas del río Juruá como una gran serpiente. El monte Roraima, ese auténtico Mundo Perdido, y sus saltos de agua. Las tormentas que se ciernen sobre la selva como hongos nucleares. Los ríos voladores: el vapor de agua que asciende y fluye llevado por el aire por todo el continente como un océano verde, una masa de agua incluso superior a la que vierte el río Amazonas al mar. "Las tomamos desde helicópteros militares del ejército brasileño", explica Salgado, "volando con las puertas abiertas y yo sujeto por una cuerda".
Salgado no ha visto la exposición del CCCB —"no he tenido tiempo"—, pero está seguro de que "es muy buena" y que ambas muestras "son complementarias".