La CIA y la masacre de Tlatelolco: Lo que sabían y callaron

El 2 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México fue escenario de uno de los episodios más oscuros en la historia del país: la masacre de Tlatelolco. En medio de manifestaciones estudiantiles, fuerzas policiales y militares abrieron fuego, dejando un número aún incierto de muertos y heridos, justo antes de los Juegos Olímpicos de ese año.

El juego de espionaje

En medio de la Guerra Fría, con un mundo dividido entre el bloque occidental y el comunista, el espionaje jugaba un papel crucial en la política internacional. Winston Scott, jefe de la CIA en México durante esos años, mantenía una estrecha relación con el gobierno mexicano, particularmente con el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría. Documentos desclasificados en 2003 muestran cómo Scott creó una red de informantes dentro de las más altas esferas del poder mexicano, conocida como el programa LITEMPO.

Entre 1956 y 1969, Scott reclutó a al menos 12 informantes clave, entre ellos a dos expresidentes de México, para mantener a Washington informado sobre el creciente movimiento estudiantil. Los informantes eran identificados con códigos: Emilio Bolaños, sobrino de Díaz Ordaz, era LITEMPO-1; el propio Díaz Ordaz era LITEMPO-2, y Luis Echeverría, LITEMPO-8.

La relación de Scott con estas figuras era tan estrecha que asistieron a su tercera boda en 1962, un hecho registrado incluso en la prensa social mexicana. A través de estas conexiones, Scott logró posicionarse como un actor clave en la vigilancia del movimiento estudiantil que, a ojos del gobierno mexicano y de la CIA, tenía potencial para ser una amenaza comunista.

Tlatelolco bajo vigilancia

El gobierno mexicano, con el apoyo de la CIA, observaba de cerca cada movimiento de los estudiantes. La vigilancia incluía la intervención de llamadas telefónicas, grabación de asambleas en universidades y seguimiento de los líderes del movimiento. La CIA, al igual que el gobierno mexicano, temía que el movimiento estuviera influido por ideologías comunistas en un momento crítico para México y su relación con Estados Unidos.

Durante los meses previos a los Juegos Olímpicos, la CIA y el Pentágono colaboraron estrechamente con las autoridades mexicanas. Los documentos revelan que el Pentágono proporcionó al gobierno de Díaz Ordaz armas, municiones y equipos de comunicación, con el objetivo de controlar cualquier agitación antes y durante los Juegos. La CIA, por su parte, proporcionaba inteligencia clave sobre los líderes estudiantiles y sus supuestas conexiones con el socialismo radical.

Sin embargo, a pesar de la cantidad de información recopilada, la CIA no parecía tener un control claro sobre lo que realmente ocurría en el terreno. Aunque los informes hablaban de un posible levantamiento comunista, no existían pruebas claras que vincularan al movimiento estudiantil con fuerzas extranjeras.

Contradicciones y desinformación

El día de la masacre, la confusión reinó tanto en México como en Washington. Winston Scott, desde su posición privilegiada, envió un cable a sus superiores afirmando que: "Los primeros disparos fueron hechos por estudiantes desde el edificio Chihuahua". Esta versión sugería que los estudiantes habían iniciado el enfrentamiento, lo que justificaría la respuesta violenta del ejército. Sin embargo, este relato pronto fue desmentido por testigos y otros informes.

De hecho, Scott llegó a presentar hasta 15 versiones diferentes sobre lo ocurrido en Tlatelolco, muchas de ellas contradictorias. Algunos informes mencionaban la participación de agentes cubanos o soviéticos, mientras que otros sugerían que el movimiento estudiantil estaba siendo financiado por el Partido Comunista Mexicano. Pero ninguna de estas versiones logró ser confirmada.

La confusión en torno a los eventos no fue exclusiva de la CIA. Dentro del propio gobierno estadounidense, las interpretaciones sobre lo sucedido variaban enormemente. En los días posteriores a la masacre, altos funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado expresaron su preocupación por la falta de claridad en los reportes que llegaban desde México.

Las consecuencias para Scott

A pesar del caos generado por la masacre, Winston Scott continuó en su puesto hasta 1969, cuando fue forzado a dejar su posición como jefe de la CIA en México. Sin embargo, su salida no estuvo directamente relacionada con los eventos de Tlatelolco. De acuerdo con William Broe, jefe de la división de América Latina de la CIA en ese momento, la salida de Scott fue una decisión administrativa.

El misterio de Tlatelolco

A 56 años de la masacre, el número exacto de muertos sigue sin esclarecerse. Estimaciones como las de la BBC, que en 2005 revisó los informes originales, sugieren que el número de víctimas podría oscilar entre 200 y 300 personas. Sin embargo, lo más impactante es la posibilidad de que los cuerpos hayan sido retirados de la plaza en camiones de basura, ocultando la magnitud real de la tragedia.

Lo que está claro es que la CIA jugó un papel activo en la vigilancia del movimiento estudiantil, aunque su información sobre lo que realmente sucedió en Tlatelolco fue fragmentada y, en muchos casos, contradictoria. Hasta el día de hoy, la matanza del 2 de octubre sigue siendo un tema de debate, y el rol de la CIA, aunque evidente, permanece como un tema ignorado en la historia.