La empatía, una palabra que está de moda

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, es un gran aficionado a la palabra "empatía". Si no me creen, pueden comprobarlo ustedes mismos con una rápida búsqueda en Google. Si se animan a hacerla, verán, además, que siempre usa este término para reprochar algo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que, de momento, por mucho que le joda a los suyos, aún es un socialista.

Pero no es algo exclusivo del alcalde capitalino: la palabra "empatía" está de moda. Mucha gente la usa de forma espuria, por ejemplo, cada vez que alguien no les da la razón. Es irónico que sea tan popular un término que apela a la capacidad de ponerse en la piel del otro en un momento en el que el individualismo salvaje se ha convertido en un movimiento social con varios brazos armados políticos, todos más bien insensibles hacia el sufrimiento humano, que es la actitud opuesta a la empatía.

Hay quienes creen que ser "empático" consiste en saber que otros sufren, como si el simple conocimiento del hecho por parte de quien no sufre fuera curativo para el que padece el dolor. A veces, a ese conocimiento se le añaden logotipos, sellos de calidad, banderitas y pines que atestiguan ingresos en cuentas para financiar la actividad de quienes sí practican la verdadera empatía: a esos ingresos por causas lejanas se les llama "caridad".

No pretendo dar lecciones de moral, solo señalar un fenómeno que me resulta llamativo últimamente: lo mucho que les cuesta a los que tienen comprender las razones de los que no tienen, especialmente si los que no tienen no son gente en países lejanos y exóticos, sino vecinos.

Los que tienen y los que no tienen

No sé si me estoy explicando bien y espero que me perdonen: estoy un poco aturdida por el calor abrasador que azota la ciudad. No se piensa con la mayor lucidez en estas circunstancias, aunque de momento aún me llega el riego al cerebro para comprender que hay gente que está a estas horas mucho peor que yo por culpa de la calima, trabajando bajo el sol, quizá extendiendo una capa de brea sobre alguna de las calles que los madrileños pasearemos en invierno.

También me da para comprender la circunstancia asquerosamente jodida que debe de ser no tener aire acondicionado en casa y no poder ir a ninguna piscina una tarde de sábado de julio cuando fuera la temperatura es de más de 40 grados. La verdad es que para ser empático ayuda mucho haber vivido la circunstancia en cuestión hacia la que hay que dirigir la empatía, circunstancia que también ayuda mucho a comprender ese instrumento empático por excelencia llamado "servicios públicos".

Sospecho que el alcalde Almeida no tiene ni la más mínima idea de lo que es un verano sin climatización doméstica ni piscina particular. Madrid es una ciudad despiadada siempre, pero especialmente en verano, y no hace falta apelar al cambio climático: ya Francisco Silvela dijo hace más de 200 años eso de que esta capital puede ser divertidísima en la etapa estival siempre que uno tenga dinero.

Pero sin dinero...

Pero, ay, sin dinero... Sin dinero, Madrid en verano es una delegación del Hades. Lo sabía perfectamente otro Francisco, este de apellido Franco, que para que las masas urbanas no se le sublevaran por el calor construyó una piscina gigantesca, durante mucho tiempo la mayor lámina de agua de Europa, para que se bañasen.

Aquella piscina, que la picaresca popular bautizó como "El charco del obrero", sigue ahí. Ahora se llama Parque Deportivo Puerta de Hierro y es un auténtico oasis de frescor y diversión del que no gozan, por ejemplo, los habitantes de Puerta del Ángel o de Vallecas. Ahí el alcalde Almeida ha decidido cerrar las instalaciones acuáticas municipales públicas por obras todo el verano.

Franco no sabía lo que era la empatía, pero al menos de vez en cuando le daba por la caridad.