La leche radiactiva que se distribuyó en México

En un oscuro episodio de los años ochenta, un suceso que conectó la tragedia de Chernobyl con México reveló consecuencias alarmantes. Mientras el mundo procesaba el desastre nuclear en Ucrania, una amenaza silenciosa se infiltraba en las mesas de miles de familias mexicanas: la leche, un símbolo de nutrición y vitalidad, se convirtió en un veneno inadvertido.

El desastre de Chernobyl: Un alcance insospechado

El 26 de abril de 1986, la planta nuclear de Chernobyl sufrió una devastadora explosión durante una prueba de seguridad. La liberación de residuos nucleares fue masiva, y en cuestión de horas, la nube tóxica se extendió por Europa. Lugares como Irlanda, conocidos por sus verdes praderas y su producción lechera, fueron alcanzados por la lluvia radiactiva, contaminando su suelo y sus animales.

Las vacas que pastaban en los campos irlandeses consumieron hierba contaminada, y su leche se transformó en un peligro imperceptible. Esta leche, convertida en polvo y exportada, contenía altos niveles de cesio 137 y estroncio 90, elementos emisores de radiación.

Un encubrimiento lácteo en México

A pesar de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la contaminación de alimentos provenientes de zonas afectadas por Chernobyl, el gobierno mexicano ignoró las alertas.

Entre 1987 y 1988, México importó unas 40 mil toneladas de leche en polvo y 2 mil toneladas de mantequilla de Irlanda, productos contaminados con radiación. Estos lácteos fueron distribuidos a través de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), encargada de abastecer alimentos a las comunidades más pobres.

Héroes revelan el veneno en la leche

En medio de esta tragedia, dos figuras clave lucharon por detener la distribución de los productos contaminados: el almirante Manuel Rodríguez Gordillo y el físico Miguel Ángel Valdovinos. Sus investigaciones confirmaron la presencia de radiactividad en la leche importada.

Rodríguez Gordillo denunció públicamente los efectos que la leche radiactiva estaba causando en el personal de Infantería que la consumía. Sin embargo, en lugar de ser escuchado, fue sometido a juicio militar, destituido de su cargo y acusado de traición a la patria.

Valdovinos advirtió sobre el peligro de la leche tras analizar una muestra. Pero sus alertas fueron ignoradas por la Secretaría de Marina y otras autoridades, que afirmaban que la leche era segura.

Un legado de secuelas en la salud

Aunque los efectos de la radiación no son inmediatos, sus consecuencias a largo plazo son devastadoras. En los años posteriores a la distribución de la leche contaminada, se registró un aumento significativo en los casos de cáncer infantil, cirrosis hepática y malformaciones en fetos.

La UNAM y otros organismos reportaron un aumento del 300% en las tasas de cáncer entre 1987 y 1988, una cifra alarmante que muchos asocian al consumo de productos lácteos radiactivos.

Un escándalo silenciado

Las autoridades mexicanas nunca reconocieron oficialmente la relación entre la leche contaminada y los problemas de salud. Durante años, los expedientes relacionados con el caso desaparecieron, y la tragedia quedó en el olvido.

Tras la presión de varias organizaciones, se decidió devolver los lotes de leche radiactiva a Irlanda. Pero muchos vagones que transportaban la leche fueron saqueados en el proceso. Hasta la fecha, se desconoce el paradero de estos productos contaminados, lo que plantea la posibilidad de que parte de esa leche haya sido consumida por más mexicanos sin su conocimiento.

Reflexiones y justicia pendiente

La historia de la leche radiactiva en México es un oscuro capítulo en la historia que muchos prefieren olvidar. A pesar de las víctimas y el impacto en la salud pública, los responsables siguen impunes.

El Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) anunció recientemente la creación de un registro detallado sobre este incidente, y solicitó a la Secretaría de Salud (Ssa) un informe exhaustivo sobre los hechos.

Las víctimas continúan esperando justicia, mientras la tragedia de la leche radiactiva sigue siendo un recordatorio del poder destructivo de la negligencia y la falta de transparencia.