El ocaso de la Cañada Real: los Pérez abandonan su chabola tras 18 meses a oscuras
La noche eterna que envuelve a la Cañada Real Galiana de Madrid desde octubre de 2020 está a punto de terminar para una de las 820 familias que residen en el sector 6, el más precario de este antiguo camino pecuario. Después de cuatro años de espera, 18 meses sin luz y una pandemia, ha llegado el turno de los Pérez. Dejan atrás su chabola para marcharse a una vivienda de protección en el barrio de los Tilos (Leganés), a 28 kilómetros de distancia, que implicará un cambio radical en sus vidas.
De la tierra seca a un piso vertical
El sol se esconde y los gallos callan. La oscuridad se apodera del camino sin asfaltar, un yermo nocturno donde se levantan casas bajas y chabolas. Jesús Pérez (46 años) y Rocío Fernández (44), junto a sus hijos Daniel (28), Michael (26) y Jonny (13), se despiden de su hogar de las últimas tres décadas. Han levantado esta estructura de plástico, chapa y aglomerados con sus propias manos, pero ahora deben derribarla para dar paso a un nuevo futuro.
La unidad familiar ha ido postergando el momento de empaquetarlo todo, pero esta es la hora de recoger camas y estanterías, la televisión de plasma y el cuadro de Camarón. Al descolgarlo, Jonny bromea con que se ha dejado el pelo largo como homenaje al cantaor, el único santo que protege esta casa.
El camión que Jesús posee para recoger chatarra es estos días un vehículo de mudanza. Michael conduce durante uno de los viajes a Leganés. Parece decir adiós a su antigua vida cuando la Cañada se desliza por la ventanilla.
Un nuevo hogar, un nuevo comienzo
A la entrega de llaves del nuevo piso acude todo el clan. Las risas de los Pérez retumbando en un piso todavía desprovisto de muebles humanizan el acto burocrático. El pasillo se convierte rápido en una improvisada pista de 100 metros lisos. “¿Has visto la bañera con hidromasaje?”, pregunta Michael, que corre de un lado a otro. “¡Qué pasote la terraza!”, exclama Jesús.
El problema es que la casa estuvo ocupada, cuenta un trabajador social; hay destrozos evidentes pese a la reforma. Se atascan varias persianas y puertas, permanece también obstruido el flamante hidromasaje. Rocío cae en la cuenta de que para colmo faltan radiadores. “Anda, es verdad. Puedes solicitar que los instalen”, explica un empleado de la Comunidad.
La familia debe inspeccionarlo todo y anotar cada desperfecto en un impreso, de modo que estos puedan subsanarse. Solo el pequeño Jonny mantiene alta la moral tras media hora reconociendo el terreno. Apenas ha pisado el dormitorio y ya quiere buscar en Wallapop un escritorio nuevo.
El futuro de la Cañada Real
El desmantelamiento de los sectores 5 y 6 de la Cañada Real, pertenecientes a Rivas-Vaciamadrid y la capital, es un proyecto sin precedentes en la Comunidad de Madrid. Las demoliciones afectarán a más de 1.400 familias. Solo tendrán derecho a una vivienda de protección quienes no hayan sido adjudicatarios de una antes y residan en esta extensión desde 2011. Al resto, pendiente de cuantificar, le aguarda la intemperie.
El esfuerzo administrativo que va a suponer la operación es descomunal. El Gobierno regional anunció en diciembre un segundo convenio por valor de 34 millones de euros que beneficiará a 160 unidades familiares. El Ministerio de Transportes, por su parte, se ha comprometido a financiar un tercio de las reubicaciones futuras, hasta desmantelar en tres años el poblado, lo que costará más de 300 millones. Sufragarán el resto los dos ayuntamientos implicados, así como el Ejecutivo regional.
La tarea pendiente se antoja descomunal, pero para los Pérez y otras 129 familias es un rayo de esperanza. Dejan atrás la noche eterna de la Cañada Real para adentrarse en un nuevo futuro, lleno de luz y oportunidades.