Pesadillas al borde del abismo
Los vecinos de Valencia luchan por recuperarse de las devastadoras inundaciones que azotaron la ciudad el 29 de octubre. Miles de familias viven aterradas ante la posibilidad de nuevas lluvias, mientras intentan reconstruir sus vidas entre los escombros.
El terror de las ramblas
El barranco de Pedralba, el barranco de Chiva y Torrent y la entrada de Paiporta son los puntos donde las ramblas causaron mayor devastación. El choque de las aguas, junto con un puente atascado de troncos y cañas, provocó una crecida imparable que arrasó todo a su paso.
Valentín Palacios, un vecino de Pedralba de 75 años, perdió a su esposa en la riada y ahora vive en la casa vacía donde murió. Rodeado de recuerdos y trastos, Valentín muestra los recortes de periódicos y la carta que advierte del peligro de las inundaciones, escrita por su suegro en 2001.
"En recuerdo de los trece muertos que en Pedralba causó la riada de 1957… Dios nos libre a todos mis convecinos de que no tengamos una gota fría como aquella", reza la carta. "Yo les sugiero a los señores que no sufrieron la riada de 1957 y que son dueños del cauce, que planten de chopos y eucaliptus todo el Plan Sur y así Valencia tendrá un pulmón más de oxígeno y cuando venga una riada nadaremos todos al mismo tiempo".
Paco, un vecino de Pedralba de 70 años, se subió a su furgoneta justo antes de que la onda expansiva destruyera todo. Llevaba dos semanas sin hablar, traumatizado por lo que había vivido. "No es el mismo", susurran los vecinos.
La granja al borde del precipicio
Entre Chiva y Torrent, en una granja al borde de un barranco, vive María García, de 84 años. Su familia tiene 1.700 ovejas que se han quedado sin dónde pastar y sin agua. El barranco ha devorado los campos y ha dejado la granja al borde de un precipicio.
"Todos se ahogaron, pobrecitos, ellos qué sabían que el agua los iba a matar", cuenta Emilia, la sobrina de María, sobre los 25 corderos lechales que murieron en la riada.
"A mi edad ya he visto de todo, pero nunca jamás algo como esto", dice María.
La noche del infierno
En la entrada de Paiporta, la casa de campo de Sergio y Encarna estuvo a punto de ser arrasada por el agua. Sin un edificio alto cerca al que subirse, Sergio, Encarna y sus cinco hijos tuvieron que huir por el techo de tejas hasta la casa de una vecina.
"Yo esa noche di por hecho que no iba a sobrevivir. Que lo haya hecho no tiene una explicación terrenal", cuenta Sergio.
"Yo no duermo desde hace tres semanas por ese momento", añade. "Cada vez que me meto en la cama y el cansancio le puede, vuelven los gritos, los pitidos de los coches bajo el agua, la desesperación de todos por salir de ahí, el sabor del lodo, la tierra en los ojos, la cara de una mujer agarrándose a mi camiseta lanzada como una cuerda improvisada, él gritando el nombre de su cuñado y descubrir que siempre estuvo a menos de 30 metros".
Sergio y su familia fueron rescatados por la UME al amanecer. Se reencontraron en una gasolinera y, a pesar del horror vivido, Sergio asegura que "cuando los vi, ya todo lo demás me dio igual".
La ausencia del Estado
Los vecinos de las zonas rurales afectadas por las inundaciones denuncian la ausencia del Estado. Un mes después de la catástrofe, no han recibido ayuda de las autoridades, ni paquetes de comida, ni kits de limpieza, ni voluntarios.
"Parece mentira que ahí siga viviendo alguien. Para llegar a este punto hay que echarle voluntad", dice un periodista sobre la granja de María.
"En este rincón del campo valenciano sus habitantes no acaban de descubrir —como sí ha sucedido en las zonas más urbanas— lo que es la ausencia del Estado", añade.
Los vecinos se han ayudado entre sí, compartiendo comida y ropa, y prestándose dinero. Pero el sentimiento de abandono es generalizado.
"Nos hemos salvado de milagro", dice María. "Pero nadie se ha asomado por aquí para ver cómo estamos".