La impactante historia de Humberto Rincón Anzola: de las drogas a la fe
Humberto Rincón Anzola, un bogotano de 74 años, pasó de vivir una vida tortuosa y en la que tocó fondo con las drogas a ser un hombre de fe, misionero y predicador en la iglesia de San Juan de Dios, en el centro de Bogotá.
Nacido en una familia humilde, Humberto sufrió la separación de sus padres y el abandono de su madre, quien decidió irse a trabajar como copera en los cafés del centro, dejando a sus cuatro hijos al cuidado de su abuela en Tudela, una inspección de Paime, Cundinamarca.
En Tudela, Humberto y su hermano Luis vivieron en medio de borrachos y peleas, producto de la violencia bipartidista que se vivía en ese pueblo.
Ante esta situación, los hermanos decidieron irse a buscar a su padre, a quien encontraron en una situación lamentable: reducido a una pieza en Los Laches, entre la suciedad y el abandono.
Sin embargo, la calle resultó ser un lugar aún más peligroso y lleno de riesgos para Humberto y su hermano. Luis terminó en un parche de viciosos aspirando gasolina y una noche, en un lote del barrio 7 de agosto, donde dormían, alguien encendió un fósforo y Luis resultó con quemaduras de tercer grado, de los hombros para abajo. Los muchachos corrieron a donde los curas de La Porciúncula a pedir ayuda, pero a los 12 días, Luis falleció. Tenía apenas 10 años.
La muerte de su hermano fue un golpe muy duro para Humberto, pero también fue el inicio de una nueva etapa en su vida. A través de los seminaristas franciscanos de La Porciúncula, Humberto conoció el programa de protección a niños y adolescentes de la calle que tenían los seminaristas en convenio con la reina Yolanda Pulecio, conocida como Mamá Yolanda.
Humberto entró a un alojamiento de la calle 76 y allí comenzó a estudiar y a recibir apoyo psicológico. Fue entonces cuando se enteró de que sufría de dislexia, por lo que le costó mucho esfuerzo pasar el quinto de primaria, pero finalmente lo logró y consiguió un cupo para cursar bachillerato en el Camilo Torres.
Sin embargo, las tentaciones de la calle eran muy fuertes para Humberto, quien terminó abandonando sus estudios y dedicándose a la gaminería. Fue cuidador de automóviles, lustrabotas y lotero de cafés, y ajedrecista de la escuela del desaparecido Club Casablanca.
Con las fichas, Humberto llegó a ganar en apuestas grandes sumas de dinero, y con el fortuito recaudo abrió un negocio de muebles, primero en Bogotá, después en Armero, y por último en Ecuador, donde se casó, tuvo tres hijas y vivió 27 años.
Pero el éxito no le duró mucho a Humberto. Por ser enamoradizo, su matrimonio comenzó a descoserse. Asumió la paternidad y crianza de 11 hijastros de varias mujeres, lo que le llevó a la ruina. En la soledad y la desesperación, Humberto tocó fondo con las drogas y terminó viviendo en las canteras del basuco.
“Nunca fui borracho como lo fue papá. Mi primera cerveza me la tomé a los 30 años”, se lamenta Humberto, quien llegó a pesar 45 kilos y estuvo cuatro días infartado.
Pero la Divina Providencia le dio una segunda oportunidad. A través de la oración, el arrepentimiento y la concientización, Humberto rescató de los tenebrosos abismos del vicio y la degradación. Renunció a todo lo material y ahora vive solo con la ropa que lleva puesta, pero se siente inmensamente rico con su misión evangelizadora.
Hoy, Humberto es un siervo entregado a Dios Todopoderoso. Pasa la mayor parte del día en la iglesia de San Juan de Dios, donde colabora en los oficios, recoge las ofrendas, lee las epístolas, limpia imágenes y atiende las peticiones y rogativas de los fieles. Se sostiene con un millón de pesos mensuales que aporta una hija.
Humberto Rincón Anzola es un ejemplo de que nunca es tarde para cambiar de vida. A pesar de haber pasado por una infancia tortuosa, haber tocado fondo con las drogas y haber perdido todo, logró encontrar la salvación en la fe y ahora dedica su vida a ayudar a los demás.