Tenías 16 años, acababas de llegar a la gran ciudad, era tu primer día de trabajo; sin una garantía legal, por cierto. El conductor del camión que te lleva, junto con los equipos necesarios para el oficio, conversa con el contratista que va de copiloto. Hablan entre ellos, olvidando que tú estás sentado en la parte de atrás del vehículo, como si no existieras o tu opinión fuese irrelevante. Conversan de la vida, política, mujeres, fútbol, entre otras cosas. Oyes sin esfuerzo lo que dicen, pero cuando hablan de la edad de jubilación activas tu atención.
Dice don Pepe, el transportador: "La edad de jubilación para los hombres está en 60 años".
Un momento antes estabas entusiasmado con tu iniciación en la vida laboral y las ilusiones típicas con las que los jóvenes comienzan su etapa "productiva" en la sociedad pero ahora las ganas de llorar te invaden y te cortan la respiración, quieres salir corriendo en ese momento..
- ¡A mí me faltan 10 años!"
Afirma el contratista mientras voltea a mirarte por encima de sus lentes de fondo de botella y remata:
"Chino, a usted le toca trabajar más de 40 años para pensionarse, aún le falta comer mucha mierda".
A pesar de tus ganas de trabajar, de aprender nuevas habilidades que te conviertan en una persona funcional y el entusiasmo de ganar tu propio dinero inculcado por tus padres, ahora no comprendes cómo ellos pudieron en su momento solo aceptar que las cosas fueran así y ya.
Resentimiento y frustración te embargan ante el descubrimiento de tu cautiverio y el sometimiento de tus antecesores.
Aún así, aprendiste un oficio, te esforzaste, te hiciste valioso, proactivo. Te pusiste la camiseta con la esperanza de que tal vez tu destino fuese diferente por ser un empleado eficiente, pero igual comiste mierda como lo había anticipado tu primer capataz.
Sacrificaste talentos, sueños, tus deseos más íntimos los reprimiste, rumiaste el inconformismo durante décadas, te embriagaste de placebos mientras como un cordero manso aceptabas tu nivel de jerarquía en el organigrama global, soñando con la revolución utópica en donde unos pocos no puedan aprovecharse de los muchos otros, sino más bien que cada quien se procurase su propia supervivencia.
después de épocas sumisas y de tamaños fracasos en el ámbito profesional te lanzaste contra un sistema poderoso de esclavización pasiva y sometimiento perpetuo pero fuiste derrotado una vez tras otra, y ahí comprendiste que estabas en una lucha muy desigual y que tus posibilidades de victoria eran casi nulas.
A pesar de tus insignificantes esfuerzos, el sistema continuó y se puso cada vez más cruel. La edad de pensión aumentó, la calidad de vida de la clase obrera decayó al mismo tiempo que la clase media fue arrojada al precipicio, a tu precipicio, forzada a competir por tus escasos recursos, haciéndote la existencia cada vez más difícil.
Si bien entiendes que el trabajo hace parte del desarrollo de cualquier ser vivo, viva o no en comunidad, y que en caso del humano determina el grado de evolución de su especie, no encuentras sentido a las infames relaciones de poder entre empleado y empleador, ni mucho menos aceptas a un estado como mediador porque este siempre actúa en tu contra.
Vivir trabajando las mejores horas de tu vida, entregando toda tu capacidad a un capital para el que solo eres una fuerza laboral aprovechable y desechable y por lo cual recibes una miseria de lo que tú mismo produces, de por sí ya es bastante tramposo y aberrante; pero tener que sacar una parte de tu dinero para que el estado te “asegure” un dinero que no es seguro que te vayan a devolver después de cuarenta años de trabajo duro, es una razón suficiente para intentar escapar de esa jaula invisible o peor aún, seguir la absurda fantasía de las golondrinas que hacen verano.
Después de cientos de batallas perdidas en una guerra en donde muchos de tus soldados defendían a su propio enemigo, decides abandonar la lucha y aferrarte a la idea de que son las nuevas generaciones las que tienen la obligación, la clave y la semilla plantada para desarraigar al implacable algoritmo del capital, a la hipocresía del comunismo y al oportunismo del progresismo hasta hacer germinar un nuevo sistema menos antropófago que el actual.
Al menos esa idea te permite paliar el dolor de la herida que dejó aquella sentencia siniestra cuando apenas empezabas a amar la vida. Decides hoy después de viejo dedicarte a ejercer un oficio que no te genera muchos ingresos, pero que te permite mantener la sensación de libertad y eso vale mucho más.
¡Dios proveerá!
Te repites como mantra mientras cuentas los años que te faltan para pensionarte, aunque tu salud no quiera acompañarte mas en tu espera.