Hace un mes que Princesa se fue. El tiempo ha pasado extrañamente tranquilo y doloroso. Contradictorio. Por eso hoy quiero hablar de cómo ella fue magia en mi vida, la luz que me iluminaba a diario, el motor y la razón por la que la vida me cambió.

Quiero que esta columna, que no es realmente una columna, sea para ella. Pensé en escribir sobre el dolor, pero no. Definitivamente, tiene que tratarse de ella y de la forma en la que compartió su vida sin pedir nada a cambio.

Recuerdo cuando Princesa llegó. Una vecina rescató a una perrita que estaba embarazada y “regaló” a los cachorros, porque nos pidió veinte mil pesos para esterilizar a la mamá. Princesa nos escogió, fuimos muy afortunados, gracias a Dios que nos vio. Era la única perrita que estaba jugando solita con uno de los juguetes, después entendimos por qué, era tremenda.

Para esa época, más o menos hace 12 años, teníamos a Tomasito, un pinscher que le tenía pánico a las personas. Tanto, que se orinaba y se hacía popó cuando mi papá lo cargaba. La razón de su miedo es que un tío lo asustó y lo traumó, nada agradable ni chistoso lo que hizo. Por algún motivo, Tomasito solo confiaba en mí, pero cuando llegó Princesa, se volvieron inseparables. A los meses Tomasito falleció y ahí Princesa enloqueció. Como ya no tenía con quien jugar, decidió que los zapatos, el comedor, la lavadora y la pared, serían su cura para la energía acumulada que tenía.

Princesa me enseñó a amar, a amar de verdad, sin esperar nada a cambio. Me acompañó en las etapas más importantes de mi vida y me salvó muchas veces. Cuando lloraba, me lamía la cara hasta que dejara de llorar. Si estaba enferma, se acurrucaba a mi lado, bueno, en los pies, porque nunca le gustó el arrunche.

Cuando ella llegó, empecé a contar años. Creía que estaría conmigo hasta que yo cumpliera 31. Me proyectaba siendo una adulta con Princesa. Y lo fui, aunque se fue mucho antes de lo que esperaba. Suena egoísta hablar de lo que yo quería, pero era mi todo, lo juro.

Princesa movía su colita cuando le iba a dar galletas o comida, porque mi papá desde chiquita la acostumbró a darle pedacitos de lo que comía. También se emocionaba mucho cuando salía de la casa, lloraba, saltaba, jalaba. Era feliz y también ansiosa. Una de las cosas que más me gustaba de verla caminar, era como se movían sus orejitas, que en realidad eran orejotas. Princesa nunca pidió nada y nos lo dio todo.

Era tan buena y tan pura, que adoptó a Dalí, un gatico que llegó a nuestra vida en plena pandemia. Lo cuidaba como si fuera su mamá, aunque después lo odiaba porque él la molestaba. Cuando Dalicito se subía al mueble, ella se bajaba. Si él iba al cuarto, ella se salía y así. Era muy chistoso ver cómo pasó de criarlo a huirle. Luego llegó Lolo, en el 2022, a él nunca lo quiso, no podía escuchar su nombre porque se estresaba. Si estaba durmiendo y uno decía Lolo o Lore o Lorenzo, se despertaba y se ponía alerta. Aun así, aprendieron a convivir.

Algo que me encantaba de ella es que era muy odiosa. Gruñía cuando la abrazábamos mucho, si uno se quería arrunchar con ella, se hacía en el piecero de la cama. Una vez dije “Ella no hace nada, miren” y me mordió. Era odiosa, pero siempre nos dio todo su amor, a su manera, la manera más pura, original y curativa. Mi perrita curativa.

También había una canción que no sé si pueda volver a escuchar sin sentir un vacío. Una champeta de Kevin Florez que se llama “La invite a bailar”, siempre que sonaba ella se ponía a aullar. Era muy chistoso, ahora duele. También aullaba cuando sonaba el celular y nadie contestaba. No hay algo que no me la recuerde, que no tenga que ver con ella. Todo tiene que ver con ella.

Princesa sin duda fue magia. Veo sus fotos y me cuesta creer que ya no está, que no voy a volver a escuchar sus patitas por la casa, que ya no tengo que cocinarle y que su olla ha estado vacía desde que se fue. Que quedaron sus medicamentos y sus tazas de la comida, que ahora sus arneseses los heredó Amapola y que nunca más voy a levantarme a acostarla en la madrugada. Nunca vi tanta fortaleza como la de ella, se levantaba todos los días, aunque su cuerpo ya estaba muy cansado. Nunca se quejó, pero con el tiempo dejó de ladrar cuando llegaban extraños, dejó de recibirme en la puerta, dejó de pelear con Amapola y con Kash.

Si pudiera volver a encontrarme con ella, no lo dudaría. La volvería a elegir mil veces, y ruego que ella también nos vuelva a elegir. En una vida en la que su vejez sea más tranquila, es lo único que cambiaría, no merecía sufrir. Gracias Princesa por enseñarme a ser paciente, por enseñarme a amar, por darme razones y salvarme, por cuidarme, por iluminarme, por darme inspiración para escribir y por atravesar conmigo la vida.

A todos les deseo una Princesa en su vida…

P.D.: Quiero agradecer a mis papás por llevarla a la casa, por siempre amarla y cuidarla. A mi hermana, que literalmente creció a su lado. A mi novio, por ayudarme a enseñarle otro mundo y por haberla cuidado como si fuera suya cuando yo no estaba. A Sedita, que siempre me avisaba cuando Princesa necesitaba ayuda. A Amapola, que la lamía con tanta delicadeza, y a Kash, por respetarla y acompañarla, aunque ella siempre le mostraba los dientes.

Gracias a todos los que la amaron.