Me da culpa, ¿sabes?,

que el mundo sea una cagada

mientras yo pienso pavadas

para ser de a ratos un poco feliz.

Me da culpa, ¿sabes?,

tener sueños y buscarlos

cuando hay gente que no tiene

siquiera cama para soñarlos.

- Magalí Tajes

El último mes me ha pasado de todo: Me robaron el celular a la salida del concierto de la Bichota en Bogotá, porque me desmayé en medio de la multitud. Al día siguiente se enfermó mi perrita y tuve que hospitalizarla. Mi novio se fue de viaje y me dejó su perrito (ahora es de los dos realmente) que se escapó, se peleó con otro perro y quedó herido.

Me he quejado tanto que yo creo que las quejas han atraído más motivos para quejarme. Eso de ver tanto Tik Tok ya me está creando creencias que no practico, pero a las que de vez en cuando les hago caso. Por ejemplo, a veces mi algoritmo me muestra contenido que habla de cómo el poder de la atracción nos ayuda a crecer o a estancarnos y según eso, mi poder de atracción está jodido.

Si lo pienso con objetividad, soy afortunada. Solo en Colombia más del 12% de la población vive en pobreza extrema y yo me quejo porque no puedo comprar el último iPhone de inmediato. Me siento egoísta y desagradecida.

Esto que acabo de decir seguramente define parte de lo que soy en este momento. De lo que soy hoy. Seguro que mañana puedo ser la Camila optimista que intenta ponerle fe y empeño a todo lo que hace, la Camila soñadora que hace un tiempo quedó guardada porque se cansó de las decepciones y optó por quejarse como método de desahogo.

Volviendo a lo primero, sí, me da culpa. Me siento culpable cuando no soy lo suficientemente agradecida. Me siento culpable también cuando me doy el lujo de comer en un restaurante, mientras hay gente que no puede siquiera almorzar. Me siento culpable de desquitarme con quien menos debo cuando me frustra la vida y me siento culpable por no hacer nada al respecto más que quejarme. Esa es la palabra de esta columna, la que más he mencionado y más define lo que intento decir.

Me da culpa sentirme como la víctima de mi propia vida porque no todo sale como yo espero o porque el último mes se me juntaron los sucesos.

Hace poco veía el vídeo de una influencer que hablaba desde su privilegio, un privilegio nublado, alejado de la realidad y a la que, no le importaba un carajo que así fuera. Y me pregunto ¿Hasta qué punto hemos sido igual de indolentes? ¿Acaso somos igual de ciegos?

Yo no vengo de una familia de plata, en mi mesa a veces se servía carne, a veces arroz con huevo y cuando tocaba, solo arroz. Jamás me faltó la comida, y siempre tuve con que vestirme. Mis papás hicieron lo que pudieron para que no me faltara nada y acá surge otra pregunta ¿Eso es privilegio?

Tal vez estoy siendo igual de indiferente por quejarme de los problemas a los que he podido darles solución.

Seguro que no encontrarán concordancia en todo lo que leen, me disculpo, prometo trabajar en mi concentración, últimamente me cuesta demasiado enfocar mi atención.

Esto tal vez no parezca una columna de opinión: aprovecho la libertad que tengo ahora, para escribir lo que pienso sin tener que seguir una guía puntual.