Ponerle nombre a un carro o vehículo en Colombia es algo primordial, comparable con la vieja costumbre de ponerle nombres a las embarcaciones para evitar que naufraguen. En este caso, es un poco más entrañable, pues es mi primer carro. En esta cultura, el primer carro se puede asemejar al primer amor: el más dulce y alegre sentimiento por un par de ruedas. Que se le dé nombre por cariño, o en muchos casos se les hable, se les consienta, es una relación casi idílica entre ese propietario novato como yo y su máquina.

En mi caso, en octubre del año pasado, junto con mi pareja, nos dimos a la tarea de encontrar ese primer amor. El tiempo fue tal vez un mes, mes y medio, y después de miles de recomendaciones y dictámenes de conocedores del tema, como un excelente novato, no seguí la Biblia de recomendaciones dadas. Tal vez solo un par. En esa extensa Biblia de cómo comprar un carro usado está un nuevo vocabulario tal como año del carro, kilometraje, peritajes, traspasos, licencias de tránsito y licencias de conducción, correas de distribución, cambios de aceite, únicos dueños, que del concesionario, que de compra-venta, que de viejitos, un sinfín de datos sin fin.

Después de esa Biblia llena de libros y versículos, comenzamos a buscar carros que a nuestro parecer fueran lindos y cómodos. Encontré una publicación que llevaba 20 minutos, se acomodaba en el presupuesto y vimos que era cómodo. Ese mismo día fuimos a verlo. No voy a mentir: me pareció hermoso, brillante, cómodo. Solo me vi andando en ese carro para arriba y para abajo. Pero tenía que pasar uno de los requisitos impajaritables que es el peritaje. Menos mal pasó, porque si no, sería perder a ese amor de verano, solo verlo un par de veces y tal vez jamás volver a verlo.

Es supremamente extraña esa sensación y esa relación que se tiene con lo material en Colombia. Pero todo el mundo te felicita, te abraza, se montan. Muchas de mis amistades y familia realmente se sentían emocionadas por nosotros. Para otras personas y culturas, un carro no es más que otro bien como un celular o un computador. En estos casos, se convierten en parte de la familia.

Es claro que, como todo en Colombia, aquí para delante comienza un víacrucis. Dentro de estas estaciones está el precio del galón de gasolina. Comenzamos pagando 13 mil pesos por galón, ahora se paga 15 mil, por lo menos no tuvimos la desgracia de recordar que pagaron 8 mil por galón. Toda visión cambia. Antes andaba en Transmilenio con un libro sin tener idea de lo que pasaba afuera. Ahora veo las imprudencias de las motos, el SITP sin temor de echarle el carro encima, peatones tirándose a la vía con niño debajo de un puente. Y desde la ventana hacemos el estudio de mercado en qué bombas de gasolina rinde o es más económica.

Después de un par de miles de kilómetros en donde conocimos varios pueblos y pequeñas ciudades, seguimos con la crucifixión: técnico mecánica y Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT). No disfrutamos de años anteriores donde el incremento era mucho más que el IPC. Medidas económicas las cuales no tienen condescendencia con bolsillos que están entre viajar a cuál pueblo encuentren cada fin de semana o pagar todo lo que se requiere para tener el carrito al día.

De todas maneras, no se puede abandonar a la perla. Es más que un carro, es la consentida, es parte de la familia. Es lo que como colombianos nos dan la herencia de darles nombres, consentirlos, hablarles y tener ese vínculo fraternal. ¿Será que solo es con el primer carro?