La Ciudad de México, una metrópoli vibrante construida sobre antiguos lagos y pantanos, se enfrenta a una silenciosa pero implacable tragedia: el hundimiento. En particular, las alcaldías de Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco están sintiendo con mayor intensidad los efectos de este fenómeno, amenazando los hogares y la estabilidad de sus habitantes. Familias como la de Leticia y Lamberto, residentes de la Zona Ejidal de Santa Martha Acatitla, están viviendo en carne propia cómo sus viviendas son devoradas lentamente por la tierra.

El drama de la Zona Ejidal de Santa Martha Acatitla

Leticia y Lamberto, quienes han compartido su vida durante 50 años en la calle Manuel Calero, están siendo testigos de cómo su hogar se está hundiendo gradualmente. Según Hernández (2024), las primeras señales fueron sutiles: objetos que se movían solos, lápices que rodaban sobre la mesa, una manifestación silenciosa de la gravedad actuando sobre un suelo en declive. Cada año, la tierra reclama hasta siete centímetros de su propiedad. «No hay certeza de en qué momento la tierra terminará por devorar la casa», comenta Lamberto con resignación.

La pareja ha visto cómo el pantano se transformó en una urbanización que alberga a más de 18 mil personas. Hace tres décadas, notaron que su casa comenzaba a hundirse. La fachada celeste aún resiste, pero las paredes que vieron crecer a sus hijos y nietos están ahora agrietadas, con soportes de madera sosteniendo el techo. En esta zona, una decena de familias están enfrentando situaciones similares, caminando sobre calles cuarteadas y levantadas, un rompecabezas urbano que no encaja.

La memoria sísmica y el olvido gubernamental

Los sismos han acelerado el proceso de hundimiento. Leticia y Lamberto recuerdan el terremoto del 19 de septiembre de 1985 como un punto de inflexión. Lamberto describe cómo el terreno «parejito» se partió. A pesar de ser testigos de estas grietas, el gobierno, según la pareja, optó por ignorar el problema. «Se abrieron las grietas. El gobierno las vio, las conocía, pero no se habló nada de eso. Antes era mucha corrupción», denuncia Lamberto. Tras 32 años de relativa tranquilidad, el terremoto de 2017 exacerbó el descenso y abrió una grieta significativa entre las calles Luis Jasso y Manuel Calero.

El monstruo silencioso: subsidencia diferencial

Incluso sin terremotos, el hundimiento persiste. En las cercanías del metro Peñón Viejo, el paisaje urbano se adapta al suelo: calles onduladas, casas con pintura desgastada, muros agrietados y construcciones inclinadas. Según Grupo Milenio (2024), esta área, junto con otras tres ubicaciones en la Ciudad de México, presenta una «subsidencia diferencial», donde el hundimiento ocurre de manera desigual. Estas zonas incluyen los alrededores de la Línea A en Iztapalapa, entre las estaciones Nopalera y Zapotitlán en Tláhuac, Tlalmelac en Xochimilco, y el área cercana al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Calles, plazas, escuelas y avenidas están a merced de este fenómeno, provocado por un suelo blando y arcilloso que cede ante la presión de una ciudad sobrepoblada. El costo de vivir aquí es tan desigual como el terreno mismo.

Los costos ocultos del hundimiento

Las estaciones del Metro cercanas, como Peñón Viejo, Acatitla, Santa Martha, Los Reyes y La Paz, también están siendo afectadas, con 12 grietas detectadas. La Calzada Ignacio Zaragoza presenta «montañitas» debido a la disparidad del suelo. El Dr. Enrique Cabral Cano, citado en Hernández (2024), señala que los costos de estos daños se contabilizan como mantenimiento, pero son resultado del fenómeno de subsidencia. «Sería el mismo caso que si hubiera un huracán en Acapulco: los daños son atribuibles al huracán».

La zona metropolitana se ha estado hundiendo durante más de un siglo, acelerándose hasta convertirse en una de las regiones que más rápido se hunden en el mundo. En áreas como la Caseta de Cobro Peñón-Texcoco, el hundimiento supera los 50 centímetros al año. La Línea A del Metro ha sido intervenida cinco veces en 24 años para nivelar las vías, con un costo de 101 millones 370 mil 675 pesos en la última ocasión. La Línea 12 también requiere rectificaciones periódicas, y la Catedral Metropolitana invirtió 20 millones de pesos en 2020 para preservar sus pilotes. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México registra hasta 24 centímetros de hundimiento anual.

El futuro incierto de la Ciudad de México

Leticia y Lamberto, como muchos otros habitantes, están expuestos a este naufragio en tierra. Un estudio de 2020 indica que el 15.4% de la población de la Ciudad de México vive en zonas de riesgo intermedio, alto y muy alto debido al hundimiento. La Colonia del Mar en Tláhuac, tras el terremoto de 2017, vio la tierra abrirse, generando socavones y fugas de agua. Aunque las calles han sido reparadas, muchos desconocen las causas del problema.

El fenómeno se concentra en el este y sureste de la zona metropolitana, afectando a alcaldías como Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Iztacalco, Iztapalapa, Xochimilco, Tláhuac y municipios mexiquenses como Nezahualcóyotl, Texcoco, Chimalhuacán y Valle de Chalco. En Valle de Chalco, en agosto de 2024, cerca de 2 mil viviendas sufrieron inundaciones de aguas negras debido al colapso de los drenajes, exacerbado por el hundimiento.

¿Cuánto costará el hundimiento?

La investigación de Enrique Antonio Fernández-Torres, citado en Hernández (2024), estima que, en el peor escenario, el 7.6% de las manzanas de la ciudad (215 mil propiedades) estarían en riesgo económico, con un costo de más de 215 mil 300 millones de pesos para la atención de posibles afectaciones. En un escenario más optimista, el riesgo se reduce a 48 mil propiedades, con un costo de 51 mil 300 millones de pesos. Sin embargo, los autores sugieren que ambas cifras son mínimas en comparación con los costos reales a largo plazo.

La historia de Leticia y Lamberto refleja la lucha de muchos por mantener sus hogares ante una amenaza implacable. Su experiencia subraya la necesidad urgente de abordar el problema del hundimiento en la Ciudad de México, un desafío que pone en peligro la viabilidad futura de la metrópoli.

Lamberto reflexiona sobre su futuro: «Me voy a morir y ya no voy a ver la casa [reparada]». Su historia es un llamado a la acción para proteger a las comunidades vulnerables y buscar soluciones sostenibles para una ciudad que se está hundiendo lentamente.