A pesar de las innumerables predicciones apocalípticas, los indultos no han fracturado España y la amnistía tampoco. La extrema derecha ha ascendido al poder en varias partes del mundo, pero Vox no logró gobernar con el PP tras el 23-J. Junts y ese enigma político llamado Puigdemont pudieron haber dinamitado la investidura de Pedro Sánchez; sin embargo, nada de eso ocurrió. La marea ultra estuvo a punto de provocar un tsunami en las elecciones europeas, pero su impacto fue menor; en Francia, también.

El Armagedón vuelve a fallar

Esta querencia por el Armagedón contaba con una nueva bala en la recámara: las bases de ERC generaron inquietud en el PSC y el PSOE, ya que podían tumbar el acuerdo para investir a Salvador Illa y, de paso, herir las inestables mayorías de Madrid; una vez más, esta bala ha sido esquivada porque el Apocalipsis casi siempre defrauda a sus profetas.

Una nueva bala: el pacto entre socialistas y ERC

Pero siempre hay una bala extra: los teóricos más pesimistas sostienen ahora que el pacto entre los socialistas y ERC es políticamente inflamable. La nueva financiación de Cataluña, según afirman, esconde una reforma del Estado autonómico por la puerta de atrás, con el potencial de fracturar España por su vertiente confederal. Romper España es uno de esos eslóganes recurrentes que aparecen constantemente en media docena de medios madrileños y en los informativos del duopolio televisivo de esta España tan diversa, salvo por el ecosistema periodístico de su capital.

Sin embargo, no habrá Apocalipsis. La frase "el que pueda hacer, que haga" ha desatado el ruido y la furia en la política y la judicatura nacional, pero parece que la legislatura se le va a hacer larga a su autor, José María Aznar, quien en una vida anterior también fue casi confederal: aumentó al 30% el IRPF transferido a las autonomías, otorgó competencias de tráfico a los Mossos y prorrogó indefinidamente el concierto vasco. Entonces España no se rompió y ahora tampoco tiene pinta, a pesar de que la derecha practica el liberalismo como si fuera una mezcla de yudo y karate.

El reto territorial de España

A pesar de un presidente cortoplacista que a menudo rehúye las explicaciones y de que España es incapaz de resolver el enigma del modelo territorial (el gran desafío político del país), se avecina un cambio de ciclo en Cataluña, con el primer presidente no independentista en mucho tiempo.

Salvador Illa: un nuevo comienzo

Salvador Illa, con esas gafas de pasta que parecen un antifaz y una mandíbula de acero que le permitieron capear la COVID-19 como ministro de Sanidad y controlar el independentismo como líder del PSC, será el nuevo presidente (siempre que no le alcance alguna bala perdida). Esto pone fin a la política de bloques que ha paralizado Cataluña durante una década y marca el fin de la unilateralidad.

Sin embargo, justo ahora comienza lo más difícil para Illa, que debe acertar con el gobierno y las políticas, tras unos años de hartazgo ideológico y mala o nula gestión. El presidente Sánchez, propenso a los atajos y al resultadismo, tiene a media docena de barones socialistas en pie de guerra por el pacto con ERC, pero una vez más sobrevive al fuego cruzado y sigue viviendo en esa metáfora de quienes son capaces de tirarse por la ventana y caer de pie.

A Illa, en fin, le toca lograr que el seny iguale a la rauxa después de una década muy loca; a Sánchez, contarnos si realmente tiene un plan, un modelo de Estado que vaya más allá de las medidas (amnistía, concierto catalán) destinadas a proporcionarle investiduras. Y demostrar que la reconciliación de Cataluña no será a costa de dividir España. "Lo más sospechoso de las soluciones es que siempre se encuentran cuando se quieren", escribió Sánchez Ferlosio. En Madrid y en Barcelona, es hora de encontrar soluciones. Hagámosle caso a Ferlosio.