No sé qué año es, tampoco es que importe mucho. Lo de menos es el tiempo, es decir, los días, meses, años, en el calendario. Ya la gente se cansó de esperar la lluvia. Lo peor que le puede pasar a la humanidad es perder la esperanza. Lo que algún día fue el embalse de Chuza, allá arriba, en Chingaza, hoy parecen las dunas de un desierto. No veo a Bambi, el venado de cola blanca con el que me tomé una selfie cuando visité el páramo para publicar un artículo en El Tiempo; fue hace un montón, claro, cuando este ecosistema era pura agua.
No solo Bambi se fue, lo mismo hizo el oso de anteojos que parecía un mamerto, al que bauticé Karl, tomándome una atribución que no me corresponde, de la misma manera en que lo hace la iglesia. Ernesto Pérez también pagó los platos rotos: murió quemado, hoja por hoja, debido a la inclemencia de los rayos del sol que alguna vez le dieron vida. Y sus flores amarillas fueron apachurradas por los mocasines de quienes, a falta de agua, construyeron mansiones en la montaña.
La gente se cansó de creer en los mitos, entre ellos, el cambio climático que los jóvenes cabalistas tanto negaron. Uno deja de creer en un mito cuando se da cuenta de que es una realidad. La gente también dejó a un lado la idea de un carro para impresionar, ya no le importa conducir sobre un camino de concreto en lo alto de una colina que fue perforada para llenar los bolsillos de unos cuantos. ¿Pero saben qué hay de sobra? Petróleo, para bañarnos de arriba a abajo y cepillarnos los dientes.
Se sorprenderán si les digo que aquí, donde dejó de sobrevolar el cóndor, tampoco hay chulos, ni de un lado ni del otro. Apenas se murió el primer presidente de izquierda de este país, así como el que supuestamente tenía el de mano firme y corazón grande, ambos de viejos, sus seguidores dejaron de insultarse. Los periodistas abandonaron Twitter para dedicarse a informar, a investigar, aunque ya era tarde. La crisis climática que alguna vez ignoraron ya no tenía reversa. Pobrecitos, no los juzgo, utilizaron sus títulos en las mejores universidades para descalificar a los denominados “petristes” y defender a los bien habidos “paupérrimos”… ¿O era ubérrimos?
Ya los paras, los clanes, las segundas marquetalias, no vigilan los laboratorios clandestinos de polvo blanco en la selva o en las fincas de diplomáticos. El negocio no es rentable, entonces se dedican a escarbar la tierra utilizando sus fusiles como palas para ver si se les hace el milagro de encontrar agua. Ahora la disputa no es por los territorios donde impera la coca, sino por los suelos bajo los cuales podría haber un manantial. Sin embargo, del "preciado líquido" parece haber nada.
Y yo… yo tengo una sed ni la hijueputa, solo que esta vez no quiero una pola amarga.
Epílogo: luego de escribir esta carta a los futuros pobladores de la Tierra, si es que pasa un milagro y la humanidad se salva, me toco mis labios resecos. Cerca de la muerte, acudo a lo más cercano a un sorbo de agua: un beso.