Hoy desperté sintiéndome como un tío. Abrí la ventana quejándome del calor en Bogotá, observé de mala gana la hora en el celular y me senté en la orilla de la cama con un pensamiento martillándome: “Pucha, ya 28 años”.
Sentirse tío no es propiamente una cuestión de edad, sino de entender que la mayoría de los terrícolas pasamos en vano y a lo mejor lo único que nos queda es asimilarlo. No, Carlos, no tenemos una modelo como novia, un Ferrari en el garaje y la mansión que soñamos cuando estábamos en la primaria. Tampoco sabemos si tendremos una compañera con quien llegar a abuelos, un campero para recorrer trochas y una humilde casa cerca de la montaña.
Sin embargo, aquí estamos.
Sentirse tío es comportarse como un viejo, solo que sin serlo. Es resignarse a que hay hechos ineludibles como ver a los amigos casándose, dejar de jugar fútbol por un dolor en la rodilla y llegar con un pollo asado a la casa luego de una borrachera en ciclovía. Es desconocer la canción que está de moda, pensar en la gastritis antes de tomarse un guaro y convencerse de que nunca es tarde para ser tiktoker.
Los tíos son la máxima expresión de la resignación a los pequeños placeres de la vida: desear haber nacido en otra época escuchando Janis Joplin, ver una peli triste comiendo Doritos y pegarse una lloradita (sin diminutivo) antes de dormir.
Pero una cosa se debe dejar clara: no es una elección asumirse como tío, solo pasa. Una mañana recordé al tío Eduardo, en chancletas y con un cigarro asomado en el balcón de la terraza, y otra mañana me di cuenta de que yo era el tío Eduardo.
Asumirse como tío también es obra del sistema. De la vivienda que no se puede pagar sin firmar un contrato de esclavitud, los trabajos mal pagos sin maestría que valga y la alternativa de irse a estudiar inglés a Australia.
Soy un tío porque pienso que todos los políticos, de izquierda o de derecha, son la misma mierda, y porque no hago más que comparar mi generación con las nuevas. Soy un tío porque no hago más que quejarme, pese a que estoy haciendo lo que soñé: vivir de lo que escribo y vivir bien, al fin y al cabo.
Ahora, si me preguntan qué prefiero ser, la respuesta es simple: un niño, sin miedos. Llorar sin esconderme, dar un pico sin pensarlo, perdonar a quien me ofende.
Muy cursi, a ratos.
Mejor termino este intento de columna y aprovecho y le pregunto: ¿usted también se siente como un tío?
Epílogo. En realidad sí tengo sobrinos, uno de 7 y otro de 16 años, solo que no me funcionaba para el título. No se sienta traicionado.