El apaciguamiento y sus límites
En Cataluña, el voluntarismo de la apuesta independentista tocó techo, porque era un movimiento cuyo objetivo no estaba al alcance de las actuales relaciones de fuerzas. No se supo parar a tiempo. La desmesura represiva con la que respondieron las instituciones españolas, dejó al independentismo entre la impotencia y el resentimiento. Y el país entró en estado de resaca. El globo se deshinchaba, el procés se quedaba sin horizonte.
Salvador Illa, el hombre del momento
En este contexto, apareció Salvador Illa, un ciudadano sin atributos precisos, con un discurso tranquilo, lejos de la dialéctica de la confrontación, invitando a un período en que predominara la política de las cosas, y pactando iniciativas y reformas que han encontrado aliados en la izquierda pero también en la derecha nacionalista, en Junts, que necesita recuperar la confianza de sectores moderados –de la tradición de la antigua Convergència- para no sufrir más fugas por parte de la gente de orden que habita este espacio. Esta coincidencia, un estilo y un momento, han permitido al PSC ocupar importantes cuotas de poder, empezando por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona.
El futuro del independentismo
Mientras tanto, el independentismo busca resituarse en un momento de confusión. En Esquerra, la autoridad de Junqueras se ha impuesto por la falta de consistencia de los que pretendieron liderar el cambio. Divididos y sin un liderazgo solvente, la mayoría ha preferido confiar en el presidente, el mejor capital del partido todavía, para que dirija el tránsito hacia el futuro. Y Junts sigue sin resolver la incógnita de su complejidad: demasiados grupos y sensibilidades para encaminar la necesidad de refundación. Y allí esta Puigdemont jugando al brindis al sol, como comodín que sirve para frenar lo inevitable que es la explosión y refundación de un espacio desdibujado víctima del que quiere atrapar más allá de sus fuerzas.
Los límites de Illa
Salvador Illa ha aparecido como el hombre adecuado en el momento oportuno. El desbarajuste de los demás –incluidos los Comunes que han salido muy descolocados del periodo del procés- le da margen. Su capital es lo que pueda arrancar de las instituciones españolas que, como es sabido, es perfectamente inseguro. Su suerte depende de que sus iniciativas repercutan en el bienestar de manera que alcance a amplios sectores que, frustrados por el fracaso del procés, puedan acordarle una confianza provisional.
Sin embargo, el pragmatismo es útil en momentos de tránsito, pero exige resultados y un proyecto que apunte más allá del día a día. Y aquí nos encontramos con la claudicación de la socialdemocracia. Su dificultad para mantener unas políticas de protección social y de atención a las clases medias y populares en un momento en que no siempre es fácil distinguir las políticas económicas de los socialistas de las de la derecha. El eclipse de la socialdemocracia esta perturbando los equilibrios de poder en Europa, y pone la capitalización del malestar en manos de las extremas derechas convencidas de que todo les está permitido.
Así, el futuro de Illa y del apaciguamiento que representa dependerá de su capacidad para ofrecer resultados concretos y un proyecto político sólido que trascienda la mera gestión del día a día. De lo contrario, el descontento social y el auge de las extremas derechas podrían acabar por erosionar su posición.