La primera vez que la vi, me pareció un refrito sin mucha acción ni contenido y quería saber si esto se debía a que mi capacidad de asombro había desaparecido con la adolescencia, o si la complejidad de la vida adulta definitivamente ya no me permitía Dedisfrutar de una buena película sin someterla a mis rumiaciones existenciales; que para el caso, es lo mismo.
Efectivamente, encontré que esta entrega no ofrece algo diferente, solo se adapta a la época, pues, como sabemos, no hay nada nuevo bajo el sol y los sistemas de control seguirán existiendo mientras haya a quien controlar, ya que “no hay tiranía eterna, lo eterno es la tiranía”.
A diferencia de cuando tenía catorce años y me entusiasmaba mucho con las escenas de acción de Matrix e intentaba, junto con mis amigos, recrear las batallas y entender sus axiomas para encontrar un significado y hallar un camino que nos diferenciara de la muchedumbre y así descubrir la verdad verdadera, a estas alturas de mi vida y con bastante agua que ha pasado bajo el puente, es inevitable ver las cosas desde otra óptica dado que “no vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos”.
También con la proliferación de teorías, metáforas y especialistas que surgieron con la internet, fue sencillo perdernos entre la maraña de interpretaciones y especulaciones repetitivas, y terminamos aceptando las explicaciones qué más se adaptaban a lo que queríamos creer en aquellos tiempos.
Hubo un detalle que logró captar mi asombro en esta secuela y que hizo que valiera la pena ver a Neo dando madrazos todo el tiempo, solo empujando con la mano, mientras la señora Trinidad se empoderaba y les partía su mandarina en gajos a los polis, y a los bots: la metáfora de la píldora roja. No me refiero a las teorías conspiranóicas de la sangre azul reptiliana, las del bien y el mal, las de liberales y conservadores, ni muchas otras que ya se han hecho sobre el tema sino, más bien, sobre una condición médica que presento y que sentí conveniente extrapolar para fines de esta columna.
En esta ocasión, la película nos muestra a un Morfeo que debe elegir entre tomar la píldora roja o la azul, o sea, el sueño queriendo despertar al que supuestamente está despierto.
Me las arreglé, aunque no fue complicado, para hacer un símil con los medicamentos que me recetaron los profesionales de la salud mental, tales como: antidepresivos, antipsicóticos, moduladores del afecto (estado de ánimo), pastillas para dormir y todas esas maravillas inventadas por las farmacéuticas en pos de mantenernos felices y productivos sin importar nada más.
Solo que para mí la opción no está en escoger entre una de las dos, sino en dejar en dejar tomarlas. De verdad que es una lucha diaria afrontar este dilema shakesperiano, porque si bien las pastillas cumplen con lo que prometen, es alto el precio que se paga, y no hablo de dinero.
Estas drogas nos van llevando mansos y tranquilos por la vida sin encontrar más sentido que la alegría simulada de producir y ser parte activa de una sociedad que cada vez tiene menos de social.
Y fue la reacción de desestabilización del cuerpo de los protagonistas al tomar la cápsula roja la que me sacó una sonrisa burlona, y quienes hayan pasado por algo parecido, sabrán de qué hablo.
Las medicinas que recetan, en especial los moduladores del afecto o antidepresivos, tienen efectos adversos y componentes que habitúan al cuerpo a ellos, siendo muy difícil dejarlos de ingerir. ¿Y qué creen? uno de los síntomas que se presentan al hacerlo de manera repentina es nada más y nada menos que la sensación de vértigo y desestabilización que afectan a los personajes de nuestra aclamada cinta, tales como: mareo, náuseas, zumbidos en los oídos, un sube y baja de emociones y la inevitable voz interior temerosa diciendo: “no debí haber hecho eso” y querer volver al lugar de donde decidimos salir. Después del susto y con un poco de disciplina y entrenamiento mental y espiritual, si se quiere, descubrí que no es tan malo el no tomarlos, lo malo es hacerlo para siempre.
Se puede aceptar lo que hay, enfrentarlo y trabajarlo desde nuestra propia perspectiva. Eso sí con mucha responsabilidad con uno mismo y después de largo rato de entrenamiento y disciplina. ¿Les suena familiar?
En el caso de Neo, el personaje principal, el amor por Trinity hizo que eligiera la opción que sabemos por segunda vez. En el mío creo que también lo hago por amor propio y es que, de verdad, no conozco fuerza más grande que esa.
Me refiero a una experiencia personal, y tras varios años de tratamientos fallidos, otros discontinuos, y para no mentir, épocas de eutimia que me hicieron creer que no había otra alternativa para subsistir, pero inevitablemente los sueños siempre llegan a despertarme y es entonces cuando decido tomar la píldora roja por enésima vez y dar el paso a través del espejo para aceptar la vida tan cruda como se presenta, y no vivir despierto en la fantasía absurda de la producción azul.
Aunque no es tarea sencilla, sí que vale la pena.
Aclaro que no estoy motivando a nadie a dejar sus tratamientos (aunque debiera). Lo que trato de decir es que el objetivo de la medicina no es curar, es mantenernos conectados a su línea de vida, no sé si me explico.
Si habrá una quinta parte de este filme, no lo sé, lo único que puedo decir es que en estos momentos estoy disfrutando de mi sensación de albedrío y se siente bien volver a ser de carne y hueso y no solo un personaje programado para ser feliz a toda costa.
Septiembre 11 de 2024
Santiago de Chile.