Una trabajadora sexual del Centro de Bogotá me salvó la vida. Fue un viernes, mientras hacía reportería para una crónica sobre el barrio Santa Fe junto a mi mejor amiga. En ese entonces trabajábamos en el periódico El Tiempo.

No había necesidad de tomar fotografías, pero ignorando la recomendación de mi amiga y fiel a la terquedad que lo acompaña a uno a los 20 años, me pasé a la silla delantera del taxi dizque para “sacar unos retratos”, en plena zona de tolerancia.

Sucedió lo obvio: una trabajadora sexual, una prostituta, una calle —como las llama Manu Chao en la canción que les dedica— me vio encaletándome el celular. En cuestión de un momento, estábamos rodeados de sus compañeras, meseros encorbatados y vendedores informales cerrándonos el paso.

—No, no, no, con el taxi no se meta. El problema es con él —dijo el conductor, señalándome, para evitar que la trabajadora sexual quitara la llave del suiche de encendido.

No alcancé a reaccionar, cuando ya habían abierto la puerta de mi lado. Algunos pedían que me bajaran del taxi a las malas y otros que aprovecharan para raquetearme.

—¿Qué hace tomando fotos acá, hijueputa? —me preguntó la trabajadora sexual.

—Socio, rote el celular —pidió un sujeto del que solo recuerdo su mano empuñando una navaja.

En un comienzo no saqué el celular por miedo a que me lo robaran, para ser honesto. Ya después, mis manos temblorosas fueron incapaces de buscarlo en el bolsillo. Quería huir de ese montón de gente, pero mi cuerpo no atinaba a responder y mi boca a soltar una palabra. En términos coloquiales, estaba cagado del susto.

El sujeto de la navaja se acercó para bajarme del taxi, mientras yo resistía, en buena medida gracias al cinturón de seguridad. Mi amiga pedía que por favor me dejaran en paz. La trabajadora sexual se quedó mirándome fijo. Imagino que vio la angustia en mis ojos para hacer lo que hizo.

Me quitó al sujeto de encima y luego cerró la puerta. Que borrara las fotos delante suyo, me dijo. Entre puños y patadas el taxi salió del tumulto.

Fue el gesto de bondad más bonito que han tenido conmigo.

Nota: sé que esto es un espacio de opinión, pero últimamente he pensado lo mucho que hacen falta los gestos de bondad, o de empatía, si se quiere. Por eso la idea de contar esta anécdota.

Nota 2: no me lo preguntan, pero en más de una ocasión he pensado en la manera en que la mujer me miró y la razón que la llevó a defenderme, porque eso fue lo que hizo. Creo que me miró como una madre a un hijo.