¿Por qué no siempre tenemos ganas de hacer ejercicio?

Hacer ejercicio es saludable, algo que una gran cantidad de estudios han ido confirmando a lo largo de los años. Sin embargo, también es evidente que no siempre es algo deseable, algo que generalmente se atribuye a la “falta de motivación”. Pero más allá de la mentalidad, a nivel fisiológico existen numerosas reacciones bioquímicas que pueden explicar procesos como este.

De hecho, una nueva investigación liderada por Guadalupe Sabio y su equipo del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), publicada recientemente en la revista Science Advances, sugiere que existe un ‘interruptor’ que activa el deseo de movimiento y que el propio músculo reactivaría el proceso para mantener la actividad.

¿Cómo funciona este ‘interruptor’?

Según explica Sabio, responsable del Grupo de Interacción entre Órganos en Enfermedades Metabólicas del CNIO, “hemos descubierto cómo el propio músculo regula el interés por el ejercicio a través de una vía de señalización entre músculo y cerebro hasta ahora desconocida. Esta vía sería una de las responsables de que, cuando hacemos ejercicio, experimentemos aún más el impulso de entrenar”.

Además, el estudio también sugiere que las proteínas que produce el propio músculo a través del ejercicio se regulan entre sí, evitando así que el deseo de hacer ejercicio termine dañando el organismo.

¿Cómo llegaron a estas conclusiones?

Para llegar a estas conclusiones, Sabio, junto a Leticia Herrera y Cintia Folgueira, ambas investigadoras del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), se basaron en datos obtenidos tanto de modelos animales como de humanos voluntarios que realizaron ejercicio controlado y pacientes con obesidad. En conjunto, los datos sugieren que esta vía de señalización muscular “juega un papel crucial en la regulación de la actividad física tanto en ratones como en humanos” y “resalta la importancia terapéutica potencial de esta vía en el tratamiento de la obesidad y las enfermedades metabólicas”.

Según este nuevo trabajo, cuando los músculos se contraen de forma repetida e intensa durante el ejercicio, se activan las vías de dos proteínas de la misma familia: p38α y p38γ. El interés por la actividad física será mayor o menor dependiendo de cuándo se active cada una de estas dos proteínas.

Por otro lado, también interviene una tercera proteína, la interleucina 15 o IL-15. Así pues, la activación de p38γ por el ejercicio daría lugar a la producción de IL-15, y esta proteína tendría un efecto directo sobre la parte de la corteza cerebral que controla el movimiento, la corteza motora. Al aumentar IL-15 en sangre se produciría una señal para el cerebro, con el objetivo de que aumente su actividad motora, dando lugar a que los animales se vuelvan más activos. Este proceso se ha objetivado tanto en animales como en humanos, incluso después del ejercicio.

Beneficios del ejercicio regular

Durante el estudio, cuando se fomentó que los animales realizaran ejercicio de forma regular, la activación de p38γ fue mayor que la de p38α; esto sugiere que el entrenamiento en sí mismo mantiene vivo el deseo de hacer ejercicio. Además, incluso en los animales alimentados con una dieta alta en grasas y obesos, el ejercicio regular también produjo beneficios: su metabolismo mejoró, se redujo su riesgo de diabetes y su acumulación de grasa, y también el riesgo de padecer hígado graso.

En el caso de los seres humanos, por su parte, ambas proteínas p38 se activan en los músculos que se ejercitan con una intensidad creciente. También se detectó un aumento de los niveles de IL-15 en sangre, y se objetivó que precisamente los pacientes obesos eran los que presentaban menores niveles de IL-15.

Según las autoras del estudio, este vínculo bioquímico con la obesidad es clave, ya que esta enfermedad es el trastorno metabólico más común del mundo y la práctica de ejercicio de forma regular se considera una estrategia eficaz tanto para su prevención como para su tratamiento.

Próximos pasos

Para finalizar, según explica Sabio, uno de los próximos objetivos será confirmar que IL-15 puede funcionar como biomarcador sanguíneo del deseo de hacer ejercicio. Si esto se demuestra, se podría estudiar qué tipos de ejercicio estimulan más la producción de IL-15, o bien si cada tipo de ejercicio estimula este eje p38/IL-15 de formas distintas, o incluso si dicho eje metabólico funciona de forma diferente entre personas obesas y no obesas.

Este conocimiento puede ayudar tanto a entrenadores y preparadores personales como a otros profesionales capacitados para aconsejar sobre la práctica de ejercicio físico. Y, a nivel médico, se podría plantear la opción de crear un fármaco que potencie la producción de IL-15 para personas que necesiten más de sus efectos positivos, como sería el caso de las personas con obesidad. En este aspecto, Guadalupe Sabio ya está planeando utilizar este modelo para determinar mejor la relación entre ejercicio, longevidad y cáncer y vislumbrar mejor los mecanismos que regulan todas estas interrelaciones.