La M-30, que circunda Madrid, cumple 50 años como el trazado que define los contornos del corazón de la capital, lindando con los barrios y municipios que la circundan.

Postales de la M-30

Madrid, España -

Inaugurada en 1974, la M-30 es una arteria de casi 30 kilómetros, clave en la movilidad, que corta la ciudad con precisión quirúrgica. La paradoja de la M-30 es que conecta el centro con la periferia más inmediata a una velocidad de vértigo y a la vez desgarra el tejido urbano. Su perímetro define la almendra central de la capital, y genera un efecto frontera en los indicadores económicos y de calidad de vida.

El escritor Antonio Gómez Rufo recuerda la denominación popular de los Madriles, que demuestra que la villa y corte “nunca fue una única ciudad, sino una suma de barrios y pueblos” atravesados después por costurones de autopistas urbanas terminados de proyectarse en los setenta, entre protestas por los enormes viaductos de hormigón que irrumpían en ciudades de todo el mundo.

La M-30 cuenta ahora con una red de túneles de 10 kilómetros, la más extensa de Europa.

Para la escritora Esther García Llovet, la M-30 es un personaje más de sus obras, un Madrid limítrofe, habitado por perdedores en busca de una última oportunidad. La autora de Sánchez (2019) y Gordo de feria (2021), explica que desde hace años ha vivido cerca de este trazado, que denomina “el foso de Madrid”, quizá porque el rugir del tráfico tiene en ella efectos relajantes.

García Llovet sugiere un paseo histórico siguiendo el curso del Canal Bajo de Madrid. El fotógrafo galés Charles Clifford capturó la construcción de este conducto que desciende desde la sierra norte y penetra como una puntada bajo la M-30 a su paso por la avenida de la Ilustración. “En los márgenes de la circunvalación emerge de repente la historia de Madrid”, asegura García Llovet. La avenida de la Ilustración es el último eslabón de la M-30, un tramo con velocidad reducida por su cercanía a las viviendas y el único jalonado por semáforos.

La novelista ha visto nacer la M-30. Llegó procedente de Málaga cuando las primeras grúas comenzaban a excavar el lecho de la circunvalación y Madrid era el germen del desarrollismo nacional.

García Llovet valora lo que sucede en los márgenes: “Al centro histórico de la ciudad le pesa el culo de la historia. Este es el Madrid que se reinventa cada día y nosotros con él. Eso me gusta y me atrae de la M-30, la libertad de sentir que estamos solo de paso, que podemos ser otros”.

Mariano Lonescu, de 40 años, no sabe bien dónde está. Hace señales, se expresa con calma en un impreciso español con el que explica orgulloso de dónde viene. Para Lonescu solo hay dos lugares en el mundo: el que tiene delante y el que tiene detrás. Delante, está la M-30 a su paso por el distrito de Hortaleza. Detrás, como él dice, está la vida en la calle.

Lonescu nació en Bucarest (Rumania) en 1984, y llegó a España siendo un adolescente. Estudió educación secundaria y, a partir de ese momento, empieza un periplo confuso que no es capaz de resumir con exactitud. Actualmente sobrevive vendiendo chatarra, a veces también papel y cartón; pero, sobre todo, se financia con las limosnas y ayudas de personas que conoce.

Los ingenieros de la M-30 asestaron un tajo al entramado urbano que se advierte con especial crudeza en la calle de Valderribas, que conecta la capital con el pueblo de Rivas. De un lado, adquiere la denominación de calle y pertenece al distrito de Retiro. Del otro, toma el nombre de camino y forma parte de Puente de Vallecas. El efecto frontera tiene una dimensión social que se evidencia en el censo: la parte de Retiro duplica en renta a la de Vallecas.

El sociólogo José Ariza de la Cruz, investigador de la Universidad Complutense, explica que allí donde median infraestructuras viarias parece suspenderse la primera ley de la geografía, enunciada por el cartógrafo suizo Waldo R, Tobler, que dicta que “las cosas próximas en el espacio tienen una relación mayor que las distantes”.

El centro de control de la M-30 es un búnker con acceso directo a los túneles de la circunvalación. Una sala desde la que 24 operadores velan por la seguridad y el buen funcionamiento de esta vía madrileña. Pendientes de 1.800 cámaras, ejercen como un Gran Hermano que todo lo ve.

El torrente de datos se procesa después en el cerebro, una aplicación informática basada en algoritmos de inteligencia artificial que automatiza buena parte de las intervenciones. Resolver las incidencias más habituales puede parecer sencillo, pero requiere de una observación permanente.

La M-30 perdió el año pasado casi un 4% de vehículos con respecto a 2022 tras la prohibición de circular sin etiqueta medioambiental. La medida fue ideada por el Ayuntamiento de Manuela Carmena y se aplicó en el primer mandato de José Luis Martínez-Almeida como alcalde. El teletrabajo y un incremento del uso del transporte público también han contribuido a reducir el tráfico en la circunvalación.

La capilla de Santo Domingo de la Calzada está incrustada en uno de los tres ojos del viaducto de la M-30 en el barrio de Puerta de Hierro. El párroco, Ignacio Luis de Orduña, de 61 años, narra la historia de cómo acabaron allí. “Madrid había crecido mucho por el lado de Puerta de Hierro, y era necesario construir una nueva parroquia.

El templo se encuentra rodeado por bloques altos, chalets y mansiones casi amuralladas con videovigilancia y un servicio de seguridad privada 24 horas al día.

La actividad en la capilla se reduce a los cultos —de lunes a domingo a las 11.00— y confesiones. El párroco cree que Puerta de Hierro “es un pueblo a la vieja usanza. De formación religiosa de toda la vida”.